*Por Luis de Jesús Rodríguez
En el camino del emprendimiento —y uso la palabra creador porque emprender es crear en cualquier ámbito donde decidamos desplegar nuestro potencial— existe un enemigo silencioso, constante y poderoso: la dispersión.
La dispersión es la sombra del enfoque; aparece en forma de interrupciones, compromisos innecesarios, proyectos paralelos o invitaciones bien intencionadas que, sin embargo, van drenando la energía vital del emprendedor. Por eso, uno de los hábitos más determinantes en la vida de quien construye algo significativo es el arte —difícil, contracultural y profundamente liberador— de decir que no.
Decir que no no viene naturalmente. Desde pequeños se nos enseña a complacer, a ser corteses, a aceptar invitaciones y a estar disponibles. Pero en la vida de un creador, esta inclinación social puede convertirse en una trampa. Cada “sí” que no está alineado con nuestra misión es una microfractura en nuestro enfoque.
Cada compromiso que aceptamos por quedar bien es un fragmento de tiempo creativo que se pierde. Y cada distracción que dejamos entrar en nuestra agenda afecta no sólo lo que hacemos, sino la calidad de nuestra atención, de nuestro descanso y de nuestras decisiones.
Lo más peligroso es que las distracciones rara vez se presentan como amenazas. Llegan disfrazadas de cortesía, reconocimiento, curiosidad, amistad o pasatiempos que parecen inofensivos. Sin darnos cuenta, terminan agregando ruido, nuevas ideas que no necesitamos, compromisos que no suman y conversaciones que nos alejan de nuestra obra principal. El emprendedor no fracasa por falta de talento; generalmente fracasa por falta de enfoque.
Por eso, el principio es claro y contundente: di no a todo. El sí es una excepción.
Y esa excepción sólo debe existir cuando algo contribuye directamente al proyecto, a la visión o al crecimiento esencial del creador. Nada más.
Cuando aprendemos a decir que no, algo profundo ocurre. El ruido baja. La claridad sube. La agenda se ordena. El tiempo se expande. Y lo más importante: la obra —el negocio, la idea, el libro, el desarrollo inmobiliario, la transformación personal— empieza a tomar forma con una fuerza nueva, porque dejamos de permitir que otros tomen decisiones por nosotros.
Decir que no es proteger la energía. Es honrar el destino. Es recordar que cada minuto que entregamos a algo que no importa es un minuto robado a lo que sí importa.
El hábito de decir que no es uno de los pilares del emprendedor exitoso. Y aunque exige valentía, disciplina y una conciencia aguda de nuestro propósito, es también el hábito que más poder nos devuelve.