*Por Luis de Jesús Rodríguez
Así resumía Thomas Edison el largo camino hacia la bombilla eléctrica. No hablaba de una revelación instantánea, sino de un proceso lleno de intentos, errores y aprendizajes. Esa frase refleja una verdad esencial del emprendimiento: la resiliencia y la dureza mental no son rasgos opcionales, sino condiciones estructurales para crear algo que perdure.
La mayoría de las historias de emprendimiento que escuchamos están simplificadas. Se cuentan de forma lineal porque así son más fáciles de narrar, pero la experiencia real es distinta. Los procesos no son perfectos. Los modelos cambian. Las personas cambian. El mercado cambia. Y en medio de esa inestabilidad, el emprendedor tiene que seguir avanzando.
En mi trayectoria, muchas de las empresas que hoy parecen consolidadas han tenido varias vidas: cuatro, cinco, quizá más. Desde afuera puede parecer el mismo proyecto, pero internamente son nuevos modelos, nuevas estructuras, nuevas formas de resolver un problema.
Y casi siempre, esos cambios han sido forzados por el dolor: una caída de ventas, un socio que se retira, una crisis inesperada, una decisión mal tomada. El emprendimiento es una sucesión de reconstrucciones.
Sin embargo, hay algo profundamente humano en volver a levantarse. Cada día, incluso después de un golpe duro, uno se despierta con la intención renovada de intentarlo otra vez. Ese acto, repetido cientos de veces, es la verdadera definición de resiliencia. No es resistencia pasiva; es voluntad activa de reconstruir.
Recuerdo cuando presenté, con la ilusión propia del primer emprendimiento, mi plan de negocios a la persona que había manejado mis ahorros por años. Antes de leer una sola página, me preguntó secamente: “¿Y qué vas a dar en garantía?” En ese instante entendí algo que luego confirmaría una y otra vez: nadie está obligado a creer en tu visión. No todos verán lo que tú ves. Y aun así, debes seguir adelante.
El emprendedor auténtico vive en esa tensión: la de sostener una idea incluso cuando el entorno no acompaña. La resiliencia permite aguantar la falta de apoyo; la dureza mental permite procesar el rechazo sin perder el rumbo.
Emprender no es un viaje de inspiración constante, sino de determinación constante.
Las historias de éxito que admiramos hoy son, en realidad, historias de cientos de pequeñas derrotas superadas. La dureza mental no elimina el dolor del camino, pero te da la capacidad de atravesarlo y transformarlo en aprendizaje.
Al final, lo que distingue al emprendedor no es la ausencia de caídas, sino la capacidad —y la decisión— de levantarse todas las veces que hagan falta.