Naval Ravikant lo expresa con una claridad contundente: “El pensamiento claro es un superpoder”. Con el paso de los años, y especialmente en contextos complejos, he comprobado que esta frase no es motivacional, sino profundamente operativa.
Estamos llegando al cierre de este 2025 y quienes lideramos negocios o emprendimientos lo sentimos con nitidez. Han sido meses más densos, más exigentes, con mayor presión y menos margen para el error. En escenarios así, el impulso natural suele ser acelerar, reaccionar, llenar la agenda. Sin embargo, ese impulso suele ser el error más costoso.
Cuando el entorno se vuelve difícil, pensar con claridad deja de ser opcional.
Por eso quiero compartir uno de los hábitos que más impacto ha tenido en mi manera de avanzar cuando el terreno se vuelve incierto: el hábito de la reflexión. Aunque solemos llamarlo hábito, para mí no es un acto espontáneo ni emocional. Es parte de un proceso estructurado, deliberado y profundamente estratégico.
Cuando concluyen las últimas reuniones del año y se apaga el ruido operativo, comienza un período que protejo con disciplina. Inicia con un par de días de descanso real. Creo bloques largos de tiempo para caminar, leer, tomar notas y pensar sin interrupciones.
Me desconecto por completo de noticias y redes sociales. No para evadir la realidad, sino para poder observarla con mayor claridad.
Luego viene el trabajo profundo. Escribo sobre lo aprendido durante el año, sobre las señales que he percibido en el mercado, en las personas y en mí mismo. Identifico errores cometidos, sin justificaciones, y subrayo oportunidades que ya están funcionando o que muestran señales tempranas de valor. Reviso mis notas del año y hago algo que cuesta más de lo que parece: elimino lo que ya no funciona, incluso si funcionó en el pasado.
A partir de ahí redefino mi visión a cinco o diez años. Cuando esa visión queda clara, realizo un ejercicio clave: voy desde el futuro hacia el presente. Trazo un camino ascendente que conecta ese futuro deseado con decisiones concretas de hoy. Repito este proceso dos o tres veces, hasta sentir que el mapa ha sido actualizado y que las dudas se han reducido a lo esencial.
Solo entonces me siento con la agenda. No para llenarla, sino para marcar lo importante. Acciones específicas, coherentes y alineadas con la visión renovada. La reflexión no me quita energía; me la devuelve. Me reorienta y me prepara.
Así cerramos este 2025: no con certezas absolutas, sino con claridad. Y así comenzamos el nuevo año, conscientes de que vendrán retos importantes, pero también grandes oportunidades para quienes se toman el tiempo de pensar antes de actuar. Porque en un mundo saturado de ruido, pensar con claridad no es un lujo: es una ventaja competitiva.
*Por Luis de Jesús Rodríguez