En el camino del emprendimiento solemos hablar de mercados, estrategias, innovación y crecimiento. Pero antes de dominar el mercado, hay un territorio más complejo y decisivo que conquistar: uno mismo.
Por eso, el hábito número cuatro de esta serie es el arte del dominio personal, el punto de partida del liderazgo y la base silenciosa de todo proyecto sostenible.
El primer ejercicio de un emprendedor no es financiero ni técnico: es estar dispuesto a ejercer control sobre sus impulsos. El liderazgo comienza en la autogestión.
Me encantaría que este tema estuviera en los textos académicos de emprendimiento y no relegado únicamente a la autoayuda, porque merece una validación científica más robusta. Basta revisar el trabajo de Daniel Goleman para entender que hasta el 90 % del éxito profesional se explica por la inteligencia emocional, no por la capacidad técnica.
A mis años, habiendo emprendido decenas de empresas, puedo confesar que mi mayor reto sigue siendo controlar mis emociones. No se trata de silenciarlas ni de ignorar la intuición. Se trata de escucharlas, analizarlas, aplicarlas con prudencia y tomar decisiones cuidadosas.
Es la diferencia entre reaccionar y responder. Aquí entran la consistencia, la pausa estratégica y la capacidad de evaluar con la mente clara.
Muchos emprendedores exitosos también lo han confirmado. Jeff Bezos, por ejemplo, ha dicho que “la calma es una ventaja competitiva”. Sus decisiones más importantes, incluido el lanzamiento de Amazon Prime, fueron tomadas solo después de “bajar las emociones” y observar las implicaciones a largo plazo.
Reed Hastings, fundador de Netflix, explica que una de las claves de su cultura empresarial es “eliminar la impulsividad”, porque las decisiones tempranas tomadas desde la reacción instintiva suelen ser las más costosas.
Y Indra Nooyi, ex–CEO de PepsiCo, afirmó que el mayor desafío del liderazgo es “dirigir tus emociones con la misma disciplina con la que diriges un negocio”.
En mis propios proyectos, he aprendido esta lección de la manera más clara posible: las peores decisiones han surgido cuando he dejado que emociones y prejuicios gobernaran mis movimientos.
Un contrato acelerado, una contratación hecha por simpatía o un proyecto rechazado por miedo suelen convertirse en puntos de inflexión. Por el contrario, cuando he cultivado la pausa y la reflexión, el resultado ha sido más sólido, incluso si tomaba más tiempo.
Dominarse no significa perfección. Significa disciplina interna, un trabajo diario. Este hábito se fortalece al igual que un músculo: con repetición, conciencia y responsabilidad.
El emprendimiento no comienza afuera, sino adentro. Y quien domina ese territorio interior se vuelve capaz de construir empresas más fuertes, decisiones más sabias y un legado más estable.
*Por Luis de Jesús Rodríguez