Cuando Melanio Paredes me llamó a mi casa por teléfono ayer, a temprana hora de la tarde, lo primero que pensé fue que me daría una queja por alguna publicación incorrecta en EL DÍA. Debo advertir que si tal hubiese sido el caso, existe suficiente confianza entre Melanio y yo como para que cualquiera de los dos le reclame al otro, si lo considerase necesario. Pero afortunadamente no fue así.
Melanio Paredes es, como todo el mundo sabe, además de mi amigo, el Ministro de Educación, y su llamada telefónica la hacía en su condición oficial, como vocero del calificado jurado que escoge cada año al ganador del Premio Nacional de Periodismo, por la labor de toda una vida. Me dijo, en presencia de los demás jueces, que esta vez yo había sido la persona agraciada.
Demás está decir cuál fue mi emoción al recibir la noticia. Me faltaron palabras para darles las gracias a todos ellos y comprometerme a no defraudarles.
Escribo estas líneas algunas horas más tarde de haber hablado con mi amigo el Ministro de Educación, por lo cual puedo expresar más fría y serenamente que sabré rendir culto a esa virtud que es el agradecimiento, a la vez que me comprometo a mantenerme apegado a los valores éticos que hacen del periodismo una de las más nobles profesiones.