¿Gratificación o castigo?
El día a día nos resulta, con frecuencia, sinónimo de hartazgo, tedio, desazón. Otras veces nos pone cara de aventura, empresa quijotesca, tarea inseparable de la hilaridad o del enojo.
En ocasiones la vida cotidiana se reduce a la tentación de ser libres bajo la opresión del miedo, la inseguridad y la vigilancia del azar y la incertidumbre.
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Esa vida cotidiana es la de la posmodernidad, que el sociólogo Zygmunt Bauman la define como “el período en el que vivimos ahora, en nuestra parte del mundo”. Un período en el que, el problema social de la desigualdad tendría como primera víctima a la democracia, por cuanto la inaccesibilidad de las grandes mayorías a los bienes necesarios, pero, cada vez más escasos para la supervivencia y para llevar una vida aceptable o digna se convierten en objeto de una rivalidad encarnizada, en una guerra sin cuartel entre los que tienen de todo y aquellos que están urgida, desesperadamente necesitados.
Esta es la causa radical de la desproporcionada relación que indica, lo cual debería resultar un escándalo, que en apenas las 20 personas más ricas del mundo actual se acumulen los recursos equiparables a los 1,000 millones más pobres de la tierra.
El proyecto de vida posmoderno carece de la solidez, la seguridad y de la continuidad que los escenarios de la era moderna proveyeron en su momento.
El pensador polaco subraya, y estoy de acuerdo con ello, que actualmente, el sentir prevaleciente está dominado por un nuevo tipo de incertidumbre, que no se limita a la propia suerte y talento individuales, sino que atañe asimismo a la futura configuración del mundo, a la forma adecuada de vivir en él y a los criterios en función de los cuales juzgar los aciertos y errores de cada forma de vida, o como suele denominarla, política de vida.
La construcción de la cotidianidad en la era moderna líquida, que es el tiempo actual, tiene en su haber ingredientes que complejizan la articulación de la voluntad de elección del sujeto en relación con su entorno social, colectivo, comunitario.
Hemos migrado del homo sapiens y el homo ludens al homo eligens, al ser humano que tiene la ineludible necesidad de elegir individualmente.
Elijo, luego, existo. Ese es el mandato del presente. Pero, no hay certeza de si elegimos para bien o para mal, para la gratificación o para el castigo, para un mejor futuro o para un desastre abismal.
El proyecto de vida individual posmoderno no se puede desvincular de aspectos sociales como el miedo, la inseguridad, la amenaza de lo extranjero, en un período histórico marcado por las migraciones masivas y los refugiados; además, la desagregación colectiva, el blindaje de los espacios sociales urbanos o nuevas fronteras interurbanas; el nuevo desorden mundial que sustituye al pretendido nuevo orden mundial, la desregulación o flexibilización procaz de las leyes territoriales y del Estado-nación a favor de la volatilidad digital de los mercados de capitales; también, el imperativo categórico de la razón económica, la masificación tumoral de la pobreza en sociedades macroeconómicamente ricas, la preeminencia de la lógica de lo efímero por ante lo duradero, el dominio del olvido sobre la memoria, poderío del instante fugaz sobre la imagen de fijeza, en fin, el desmoronamiento de todo lo sólido para dar lugar a la licuefacción del itinerario vital y de las instituciones jurídico-políticas, económicas y sociales.
Si la vida nos gratifica, podríamos tomar a voluntad nuestro modelo de felicidad. Pero, si nos castiga, la posibilidad de elegir se diluye, convirtiéndonos en esclavos de nuevo cuño de una cotidianidad inmisericorde.
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