Gracias, Stalin

Gracias, Stalin

Gracias, Stalin

Rafael Chaljub Mejìa

Escribo hoy en memoria de Stalin, de cuya muerte se cumplieron setenta años el pasado cinco de marzo. El aniversario pasó inadvertido y tiene que aparecer un audaz que, a riesgo de parecer arcaico, se muestre agradecido y puntual en la lealtad, que le rinda tributo de recordación a José Stalin y a los principios que él defendió con firmeza.

Ningún hombre será jamás más importante que un pueblo entero, dijo Martí. Mucho menos más importante que la humanidad completa, pero esa misma humanidad le debe su gratitud a quien jugó un papel tan decisivo para liberarla de la amenaza de esclavización de la Alemania Nazi.

Precisamente por la intransigencia y la seriedad con que Stalin defendió el sistema socialista y combatió a los enemigos de los pueblos, fue por lo que sobre él cayó un odio intenso que lo ha perseguido mucho más allá de las fronteras de la muerte.

Ni contra Judas ni contra el diablo se han dicho tantas cosas horribles como las que se han lanzado contra Stalin y no vale la pena intentar siquiera rebatirlas una por una, menos en un artículo de cuatrocientas palabras apenas.

Todavía se habla cómodamente de los llamados “crímenes de Stalin”. Como si hubiese sido un crimen aplastar con puño de hierro a los invasores alemanes; reprimir a los conspiradores que, desde el seno mismo de la URSS y el partido bolchevique, conspiraban contra el poder soviético y amenazaban con dividir el país, cuando este tenía que unificarse para enfrentar la invasión nazi que se veía venir.

El líder que recibió un país en el atraso semifeudal, y bajo cuyo mando supremo se convirtió en poco tiempo en el segundo productor de maquinarias agrícolas del mundo y, cuando murió Stalin en 1953, ya la URSS entraba al campo de la cosmonáutica, culminaba la reconstrucción después de una guerra que demolió gran parte de la riqueza material y le costó a la URSS veintisiete millones de muertos, más de la mitad de los cincuenta y siete millones que causó la Segunda Guerra Mundial en todo el mundo. Es preciso y honrado reconocer que no estuvo exento de excesos ni errores y esa parte de su historia puede ser discutida.

Pero, por qué contribuir con el silencio a la intensión de sepultar el nombre de quien hizo un aporte como aquel. Sería más justo reconocerlo y decirle todo en dos palabras: Gracias, Stalin.