Desde el año 1950 a la fecha se han registrado 26 huracanes, incluidos los dos más recientes: Irma y María, que en total han provocado daños a la República Dominicana por un monto superior a los 7,000 millones de dólares, de acuerdo con un estudio realizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Vale precisar que los daños de María aún están por cuantificar, pues las lluvias y las inundaciones asociadas a este meteoro aún se siguen sintiendo en parte de nuestro territorio, sobre todo en provincias del Cibao, el Este y del Noroeste.
Según el estudio de la CEPAL, solo el huracán Georges (1998) provocó daños por un monto de 2,540 millones de dólares. De hecho ha sido el ciclón más dañino para el país, por encima de David (1979), a pesar de que este último fue de categoría 5 en la escala Saffir-Simpson.
El doctor Antonio Ciriaco Cruz, director de la Escuela de Economía de la UASD, me explicaba ayer que en promedio, los huracanes causan daños por un monto de 430 millones de dólares.
Vistas estas cifras, cualquiera supondría que cuando se pronostica que viene un huracán, a los gobernantes dominicanos de turno se les acelera el corazón, se les revuelven las tripas o sudan por la preocupación. Pero no necesariamente es así.
De hecho, si algo ha caracterizado a los gobiernos que hemos tenido de San Zenón (1930) a la fecha es el de haber tenido el suficiente nivel de oportunismo para sacarles provecho a las desgracias provocadas por los fenómenos naturales como los huracanes.
Tanto es así que tengo un amigo «malicioso» a quien le he oído decir que cada gobierno quisiera tener un gran ciclón. Además de que es una gran oportunidad para que el mismo Presidente o ministro que ha olvidado zonas como Montecristi vaya y se presente como el gran benefactor, como el hombre sensible, la mano generosa que lleva ayuda y soluciones a los mismos seres que han vivido toda su vida en el olvido.
El hecho es que con cualquier huracán se dañan carreteras hasta recién hechas como la de Miches, se caen puentes, caminos, canales y otras obras de infraestructura millonarios.
Y eso, que es una desgracia para el país, puede ser una gran oportunidad para funcionarios inescrupulosos que se frotan las manos desde que el Presidente declara el «Estado de Emergencia» con lo cual se liberan del trámite normal las compras y contrataciones de bienes y servicios públicos, fórmula recurrida para dar respuesta rápida a los problemas.
Por eso en cada Gobierno hay funcionarios que tienen en su oficina una imagen de San Isidro Labrador boca abajo y al que diariamente, entre junio y diciembre, le prenden velas mientras repiten con gran devoción «¡San Isidro Labrador pon la lluvia y quita el Sol!», porque cada gota que cae del cielo les suena y les sabe a dinero.
Entre los ministerios y direcciones que más trabajo -y por tanto más oportunidades- tienen para hacerlo bien o para bien hacerse muy bien están Agricultura, Obras Públicas, los Comedores Económicos, el Indrhi, la CAASD y la CDEEE, entre otros.
Lo triste del caso es que mientras tanto, miles de seres dominicanos terminan siendo doblemente perjudicados ya que son víctimas de los desastres naturales y el abuso de funcionarios y gobiernos «caza huracanes».