Entre los problemas que enfrentan los ayuntamientos para poder cumplir con sus funciones normales y básicas, siempre ha sido vital la incorporación de la ciudadanía. No basta con que el gobierno local tenga la voluntad; sin la participación activa de la gente, los mejores planes se quedan en el papel. Sumergirse en el desafío de impulsar el desarrollo de una ciudad no es posible sin su gente, así de simple, así de básico.
Si para las tareas cotidianas esto ya es fundamental, ¿qué se puede esperar cuando llegan los imprevistos? Los fenómenos atmosféricos, cada vez más frecuentes e inesperados, ponen a prueba no sólo la capacidad operativa del gobierno local, sino también la solidaridad y el sentido de pertenencia de la comunidad. En esos momentos, el verdadero poder no radica solamente en los despachos, sino en la respuesta colectiva de los ciudadanos que sienten la ciudad como suya.
Las juntas de vecinos, los clubes sociales, las asociaciones de padres y otras formas de organización comunitaria son el brazo invisible pero poderoso que sostiene la estructura social cuando todo parece desbordarse. Esa sociedad organizada es el complemento natural del ayuntamiento, el puente entre la institucionalidad y la gente. Hay una dependencia mutua entre la ciudadanía y el gobierno local: uno no puede funcionar plenamente sin el otro.
Pero para que esto sea una realidad, el primero que debe entenderlo es el propio gobierno local. Muchas veces, por celos, egos, política o simple ignorancia, no logra engranar con esa función vital. Y ahí se pierde una enorme oportunidad de fortalecer la resiliencia del territorio. Gobernar bien no es concentrar decisiones, sino compartirlas con inteligencia; no es imponer, sino construir confianza.
Una dirección municipal que comprenda esta verdad, pero que además la articule en su gestión, es realmente notable. No se trata de ceder poder, sino de compartirlo sin perder el liderazgo. No se trata de controlar, porque en los tiempos que vivimos, es mucho más efectivo persuadir que convencer. La gobernanza moderna se mide por la capacidad de unir voluntades, no de dominarlas.
En medio de la adversidad, lo más hermoso que aflora en las comunidades es la solidaridad espontánea. Esa mano que ayuda sin que nadie la mande, ese grupo de vecinos que se organiza para limpiar, rescatar o alimentar, ese joven que sale con su linterna a orientar en la oscuridad: todo eso es también ciudad. Es el rostro humano de la gobernanza, el que no sale en los informes ni en las estadísticas, pero que sostiene silenciosamente la esperanza colectiva.
Y en este punto, resulta justo reconocer a la Alcaldía del Distrito Nacional, encabezada por su alcaldesa Carolina Mejía. En días tan difíciles y complejos, ha logrado enlazar, engranar y alinear este estilo de gobernar basado en la colaboración y la confianza. No se trata de decir que todo es perfecto ni que se ha alcanzado la plenitud de la gestión ideal. Pero sí de destacar que haber logrado esa sintonía entre ciudadanía, instituciones y liderazgo político ya es, en sí mismo, un logro digno de resaltar.
Cuando la ciudadanía y el gobierno local se encuentran, cuando la autoridad se abre al diálogo y la gente responde con compromiso, surge una fuerza invisible que sostiene a la ciudad. Esa es la verdadera gobernanza: la que se construye desde la empatía, la cooperación y la conciencia de que nadie puede sólo. En tiempos donde la incertidumbre parece gobernarlo todo, esa alianza es la mejor garantía de resiliencia y esperanza. Enhorabuena.