El 10 de enero de 1917 las tropas invasoras norteamericanas ocupaban San Pedro de Macorís.
Un joven de 18 años, vestido elegantemente, fue al puerto y preguntó por el jefe, tal vez pensando que era algún vende patria que iba a profesar lealtad, le señalan al oficial al mando CH Burton; de inmediato descargó sobre él los cinco tiros de su revólver, matándolo en el acto. Su nombre: Gregorio Urbano Gilbert.
Tras salir ileso, se suma a la resistencia, donde lucha tenazmente por nuestra soberanía. Es hecho preso, escapándose y saliendo del país.
En Nicaragua se incorpora a las tropas de Augusto César Sandino para luchar nuevamente contra las tropas norteamericanas, llegando a ser parte del Estado Mayor del General de Hombre Libres.
En 1965, Gilbert, de 67 años, lucha por tercera vez contra el abuso de los Estados Unidos contra pueblos soberanos.
A pesar de dedicar su vida a la lucha por la soberanía de dos países, vivió de su trabajo y jamás pasó factura.
El Decreto 8-21, emitido recientemente, ordena el traslado de sus restos al Panteón de la Patria. Máxima exaltación a la memoria de una persona.
Es una pena que dicho decreto ha resaltado más por la designación de Euri Cabral como coordinador de la comisión de traslado, que por la transcendencia del personaje exaltado. Euri, a pesar de las diferencias, es uno de los mayores propulsores de la historia de Gilbert, por lo que su designación es un acto de justicia y madurez democrática.
Para cualquier gobierno “amigo” de los Estados Unidos representa un acto de valentía exaltar a uno de los mayores símbolos de la lucha antiimperialista en América Latina. Ese decreto es una muestra del compromiso del presidente Luis Abinader con nuestros valores patrios. Eso es lo verdaderamente trascendente.
¡Viva Gregorio Urbano Gilbert!