Cuando arrancó el COVID, estaba en la escuela María. Confinada se quedó y luego se enteró que en una academia a programar aprendería.
Siempre era la primera en llegar y la última en salir. Muy extrañada, la directora se enteró que María era huérfana de madre y su padre de ella abusaba.
¿Cuántas Marías habrá tenido Latinoamérica en tantos meses de confinamiento, pendientes de unas clases virtuales que en país alguno han funcionado y que jamás protegerán la inocencia de golpes y violaciones?
Durante 2020-21 los embarazos de adolescentes latinoamericanas y caribeñas subieron 40%, según la Institución Brookings (https://www.brookings.edu/events/ensuring-young-mothers-return-remain-and-learn-in-school/amp/). Así, más de medio millón de niños vendrán al mundo del vientre de otras niñas en nuestra región.
Esto se añade a la tragedia más amplia de “pérdida de aprendizaje, desinterés, deserción estudiantil, agotamiento de los profesores y una creciente falta de confianza entre la población, las autoridades educativas y los gobiernos” como escribiera el profesor Fernando Reimers en la revista “Americas Quarterly” (https://americasquarterly.org/article/como-revertir-el-efecto-de-la-pandemia-en-la-educacion-latinoamericana/).
Pérdida de aprendizaje por efecto de tanto tiempo sin estudiar.
Desinterés por aislarse de amigos y demás familiares, anulando habilidades que ningunas redes sociales podrán sustituir.
Deserción estudiantil frente a un sistema indiferente, poco atractivo y de nulo impacto en las perspectivas de avance social del estudiante.
Profesores agotados por las nuevas cargas de trabajo que conllevó cambiar la docencia presencial por la virtual, debiendo improvisar contenidos y transformar métodos sin alcanzar ningún resultado relevante.
Y desconfianza entre la población, autoridades y gobiernos por la falta de efectividad de un modelo educativo que no llegó a sus destinatarios.
Carentes de medios para interconectarse, de supervisión en casa y de contenidos relevantes, los estudiantes de nuestra región pertenecen a esa “generación COVID” que retrocede frente al avance indetenible de aquellos que sí continuaron en clase, evitaron abusos y continuaron aprendiendo.
El día en que María cumplió los 18, la directora la sacó del infierno en que vivía, ese hogar al que jamás regresaría. Luego se graduó, volando con las alas que su talento como programadora le abriría.
¿Cuándo podrán las demás Marías de América Latina y el Caribe gozar de oportunidades similares para aprender haciendo y no memorizando?
¿Cuándo tendrán profesores que los inspiren a dar lo mejor de sí, creando conocimiento y no tomando dictados en clase?
Un continente que crece, que quiere una sociedad de clase media y que cree en la democracia, no puede abandonar a su juventud, negándole la educación que demandan estos tiempos.
Una en la que la creatividad será clave para sobrevivir la convulsión de la 4ta revolución industrial y para reinsertarse en el mercado laboral en caso de desempleo.
Sólo así podremos evitar la pérdida de toda esa generación de jóvenes latinoamericanos afectados por dos años de políticas educativas desacertadas.