Jesús García Sánchez (Madrid, 1945), mejor conocido en los ámbitos del libro y la cultura como Chus Visor, porque, como lo definió su leal amigo y colaborador, el gran poeta Luis García Montero (Granada, 1958), actual director del Instituto Cervantes, en una semblanza de 2015, hay en él un ejemplo de editor que apuesta su vida y su personalidad a la creación de un catálogo propio; ese Chus tiene por buen hábito obsequiar a sus amigos y relacionados de la Colección Visor de Poesía, en las fiestas de Navidad y Año Nuevo, con un pequeño libro que, en cada caso, habrá de recoger o recordar grandes momentos de la literatura universal.
En 2018, el pequeño volumen de esa invaluable colección reúne dos conferencias magistrales del prodigioso poeta, ensayista, editor, dramaturgo y crítico inglés, nacido en Estados Unidos en 1888, T.S. Eliot, Premio Nobel de Literatura 1948.
Se trata de “Función social de la poesía”, pronunciada en el Instituto Británico-Noruego en 1943 y “¿Qué es un clásico?”, dictada en la Virgil Society en 1944, entidad creada el año anterior y cuyo primer presidente fue, precisamente, Eliot.
Con esta conferencia acerca del inmenso poeta latino Virgilio (70 a. C.-19 a.C.) quedó inaugurada la sociedad londinense que todavía hoy integra a los amantes del mundo greco-latino.
Debemos notar algo importante. Ambas conferencias son dictadas en el cruel y caótico contexto de la Segunda Guerra Mundial.
Este acontecimiento va a ser insinuado, solo de soslayo y entre paréntesis, por el poeta y crítico en la conferencia acerca de lo que es un autor clásico, cuando al referirse a Europa, su civilización y su cultura precisa, que es ella el organismo del cual ha de surgir cualquier armonía mayor del mundo, aun en su mutilación y desfiguración progresivas.
Lo más significativo, en mi óptica, de la visión de Eliot acerca de la función social de la poesía es su convicción de que, si bien puede la poesía encerrar un propósito deliberado o consciente que la lleve, como en Shelley en el siglo XIX, a expresar entusiasmo por las reformas sociales y políticas de su sociedad y su tiempo, no es menos cierto que sería un grave error reducirla a esa materia o misión.
La poesía tiene la trascendente función de expresar placer, también dolor, con rigor estético. Y lo fundamental estriba en que es el poema un hecho de lenguaje, una concreción de pensamiento y sentimiento que tiene lugar en el estadio histórico de una lengua y del pueblo que la habla, más allá de la sensibilidad del poeta que la articula, aunque el acto creativo no pueda prescindir de él.
Es en la lengua común de la nación y todas sus clases sociales donde el ritmo, la estructura, el sonido, la índole de esa formación lingüística, convertida en poesía, va a adquirir la personalidad del pueblo que la habla. Esto, eso sí, sin tener que reducir la expresión poética a la poesía popular.
El poeta tiene una ineluctable obligación: la de conservar, primero, y luego ampliar y perfeccionar la riqueza de su propia lengua, sin pretender uniformidad en manera alguna. Un poeta está conminado a renovar el lenguaje desde su propio tiempo, para lo cual precisa conocer los estadios históricos de su lengua y habla.
La función social de la poesía estriba, pues, en su entronque con “la totalidad del pueblo que habla la lengua del poeta” (p.41). La lengua es entidad simbólica, social e histórica por excelencia. La preocupación mayor del poeta ha de ser aspirar a agotar la lengua total de su época, en procura de elevarla a su transitoria perfección.