A inicios del siglo XVI los acontecimientos alrededor del planeta se desenvolvían con frenesí, todo giraba sobre el suceso del descubrimiento de las indias occidentales, hecho que había acaecido apenas menos de una década.
España literalmente “rozaba el cielo con las manos”. El papa Alejandro VI les concedió a los reyes el patronato de los cargos eclesiásticos, controlaban todas las expediciones a los nuevos territorios y con ello, se iniciaba un plan de construir fortificaciones en las colonias, procurando prevenir invasiones enemigas u “oportunistas”.
A poco más de mediados del siglo mencionado, ya se habían erigido casi todas las murallas para la defensa de la ciudad de Santo Domingo de Guzmán. La construcción del Fuerte de San Gil, cuyo nombre se debe a San Egidio o San Gil como se traduce al español, quien fue un griego que dedicó su vida a promover y defender la fe cristiana por los siglos VI y VII, fue parte del entramado de obras que perseguía proteger las costas caribeñas. Este servía de protección a la playa que quedaba en su asiento. Fue reconstruido a finales del siglo XX a propósito de la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América o lo que otros llaman “el encuentro de dos mundos”, ya que sólo quedaban los restos de lo que se había ido derribando.
Su ubicación estratégica militar de antaño, hoy se transformó en un icono majestuoso del malecón de la capital dominicana.
La preocupación nuestra es que estando a la vista de todos se ha convertido en dormitorio y letrina de indigentes, indocumentados y menores de edad.
Abandonado, sin vigilancia, lleno de desechos, de hedor y vandalizado, este otrora “fortín” yergue como un monumento a la ineficacia, a la falta de criterio histórico y amor por la ciudad.
A pocos metros del ministerio de Cultura y del casco histórico, parecería que es una edificación invisible, pues por allí, pasan las máximas autoridades en la materia y lo ignoran.
La playa que baña sus costas permanece llena de escombros y para nuestro asombro una cloaca que desemboca allí, vierte aguas negras a diestras y siniestras. Sus arrecifes y cuevas marinas en el pasado reciente fueron tapiados con rocas y cemento como un acto de rendición de las autoridades ante la incapacidad de evitar la invasión de desaprensivos.
Recuerdo que hace unos años existía allí un restaurante muy glamoroso y que era frecuentado por decenas de personas que disfrutan del mar como escenario al momento de almorzar o cenar.
Haría bien la alcaldía del Distrito Nacional en procurar que el gobierno central ceda este espacio estratégico e histórico a emprendedores que se comprometan a recuperar su esplendor y así sumar otra oferta turística sin par a extranjeros y nacionales que nos visiten. El Fuerte de San Gil es sin temor a equivocarnos, un potencial recurso que tiene a mano la ciudad para generar empleos y aprovechar más nuestro malecón.
Por Víctor Féliz Solano