
El dramaturgo, actor y director de teatro, cine y televisión dominicano Franklin Domínguez, fallecido la madrugada de este martes, deja tras de sí un legado de más de 60 años dedicados a las artes, ampliamente reconocido por la crítica internacional y avalado por los más importantes galardones que un profesional del área puede recibir.
En una de sus últimas entrevistas, en los Coloquios de El Día, con una memoria lúcida y un diálogo sincero y llano, relató cada episodio de su vida desde aquel día en que, con apenas siete años, se paró frente a su familia para realizar su primera velada teatral.
Con nostalgia, y unos ojos que se ponían más grises al hablar, aseguró que cuando partiera de este mundo solo quería ser recordado como el hombre al que la fama no enloqueció y la vanidad nunca llegó a su vida.
Bellas Artes
Recorría los pasillos de Bellas Artes con entusiasmo, alegría y una chispa volvía a encenderse en él cuando mostraba cada uno de los detalles de ese centro cultural, a donde llegó en el año 1952, cuando formó parte de la obra que inauguró ese lugar.

Fue cuatro veces director de este teatro, y decía que su amor por Bellas Artes no lo da el cargo, sino saber que él era hechura y semejanza de ese centro.
Por eso no le importaba que le dieran alguna responsabilidad gubernamental para andar siempre cerca de esos rincones que ya conocían su risa, sus pisadas y hasta sus pensamientos. Escribió 80 obras de teatro, aunque solo 50 subieron a escena.

Se declaró un pionero en el cine dominicano, al ser el director y guionista de la película “La silla”, primer largometraje que se presentó hasta en importantes festivales internacionales hace más de 40 años.
También fue pionero en la ópera, los musicales y, por supuesto, en el teatro.
Estaba orgulloso de todo lo logrado, y también complacido con los reconocimientos que le habían hecho en el país y fuera de aquí.
“He sido reconocido en los cuatro continentes, hasta en el de África. Hace poco vino un príncipe a entregarme un reconocimiento, mi figura ha sido bien valorada”. No se casó nunca, pero tenía una compañera residente en Miami a la que visita en temporadas y quien además lo visitaba.
Tenía tres hijos, uno suyo y dos adoptados. Cuatro nietos y varios bisnietos.
Disfrutaba la soledad, y aunque no fumaba, decía que su momento cumbre era cuando se sentaba a media luz, cuando la serenidad se hacía presente, y podía disfrutar un puro.
Aspiró a la Presidencia
Fue candidato a la Presidencia, y entre risas y un ánimo extraordinario aceptó que muchas personas votaron por él. En el régimen de Trujillo nunca le pasó nada, porque supo contar sus historias en el teatro sin tener que señalar a nadie.
“Todo al revés” fue la primera obra que lo paró profesionalmente y en donde recibió sus primeras ovaciones.