Foro contra el Ruido
Vivimos en una ciudad que grita. Cada esquina es un parlante, cada calle un escenario improvisado de bocinazos, motores alterados, música sin tregua.
Santo Domingo se ha vuelto una ciudad que no duerme, no por su vitalidad, sino por su estruendo incesante. Y aunque muchos se han resignado, hay otros que no.
Hay quienes han decidido alzar su voz, no para sumarse al bullicio, sino para detenerlo. Este jueves 3 de abril, en las instalaciones del Intec, se celebrará el Foro contra el Ruido, organizado por el movimiento «Vecinos contra el Ruido». Y créanme, no es un evento más. Es una especie de grito sereno por el derecho al silencio.
El ruido ha dejado de ser una simple molestia para convertirse en una amenaza real a la salud pública. No lo digo yo, lo dicen los cardiólogos, los psicólogos, los expertos en salud mental y los urbanistas.
El exceso de ruido afecta el sueño, altera el sistema nervioso, incrementa los niveles de ansiedad y deteriora la calidad de vida. Pero más allá de eso, el ruido nos quita algo esencial: la paz. Y sin paz, no hay ciudad posible.
En algún momento de nuestra historia urbana se cruzó una línea. Dejamos de respetar el espacio del otro. El colmadón que pone su bocina al máximo a las dos de la madrugada, el carro con bocinas modificadas que convierte cada calle en una discoteca rodante, la guagua anunciadora que interrumpe clases, misas y sueños. Todo eso forma parte de una cultura de la indiferencia.
Una cultura donde el otro no importa, donde el derecho a hacer bulla vale más que el derecho a descansar.
Por eso es importante este foro. Porque coloca el tema sobre la mesa desde una mirada ciudadana. Porque visibiliza un problema que las autoridades han minimizado durante años. Porque da voz a quienes han perdido el sueño, la salud y la tranquilidad en nombre de una falsa alegría que se impone a golpe de decibelios.
El movimiento «Vecinos contra el Ruido» ha hecho lo que el Estado no ha querido hacer: organizar, educar, exigir. Sus acciones no son contra la música ni contra la alegría, como algunos quieren caricaturizar. Son contra el abuso. Contra la normalización del desorden. Contra la idea de que todo se vale si hay fiesta.
Este jueves, el foro será un espacio para escuchar testimonios, para revisar estudios, para entender que el ruido es también una forma de violencia. Una violencia invisible, pero constante, que afecta sobre todo a los más vulnerables: niños, ancianos, enfermos, personas con trastornos del espectro autista, madres agotadas, trabajadores que necesitan descansar.
El ruido no distingue clases sociales, pero es más cruel en los barrios populares, donde el hacinamiento y la falta de regulación lo convierten en un monstruo imparable. Allí es donde más se necesita una política pública clara y decidida. Una voluntad firme de aplicar las leyes que ya existen. Porque sí, tenemos normas. Lo que no hemos tenido es decisión.
Tal vez no podamos cambiarlo todo en un foro, pero sí podemos empezar. Podemos construir conciencia, articular demandas, encontrar aliados. Podemos, sobre todo, recordar que la ciudad también se construye con silencio. Que el descanso es parte del derecho a la ciudad. Que el respeto al otro comienza por el oído.
Allí participaré como exponente y como ciudadano. Porque estoy convencido de que una ciudad que escucha, es una ciudad que puede cambiar. Y porque creo que, entre tanto ruido, todavía hay espacio para una causa justa.
El silencio, ese que muchos añoran y pocos defienden, también necesita su tribuna.
El Ministerio de Interior y Policía ha mostrado su interés en apoyar este esfuerzo ciudadano. Y eso, sin duda, es una señal de que el tema ha empezado a tomarse en serio.
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