Hay decisiones que, una vez puestas en marcha, no sólo transforman la infraestructura de una ciudad, sino también la forma en que esta se piensa y se vive.
Ese es el territorio que estamos pisando hoy con el Fideicomiso Público para la Modernización de los Mercados de Abastos de Santo Domingo (Fimerca-SD).
Ya no hablamos de un plan en espera. Fimerca está aprobado, está constituido y está operando. El país entró oficialmente en la etapa donde las ideas deben convertirse en obras, y donde la modernización de los mercados pasa de debate a ejecución. Lo que era una aspiración se movió al terreno de los hechos.
Y esto importa más de lo que muchos creen. Porque un país que moderniza sus mercados está modernizando su dignidad colectiva. Está diciendo que los espacios donde miles de ciudadanos compran y venden alimentos no pueden seguir atrapados en la improvisación, en el desorden ni en la precariedad. Necesitamos mercados dignos, seguros, funcionales y organizados; mercados a la altura de la vida urbana que queremos construir.
Fimerca no es un simple programa de reparaciones. Es un cambio de paradigma. Modernizar los mercados implica dejar atrás la visión marginal que históricamente los redujo a “lugares problemáticos” y asumirlos como lo que realmente son: nodos de seguridad alimentaria, motores del comercio local y piezas clave del ordenamiento urbano. Donde hay un mercado organizado, hay movilidad más fluida, menos riesgos sanitarios, mayor cohesión social y más oportunidades para todos.
El modelo ya en funcionamiento apunta a un estándar completamente nuevo. Espacios integrados al entorno urbano, con higiene garantizada, control sanitario, trazabilidad, tecnología aplicada a la gestión, sostenibilidad ambiental y reglas claras de convivencia. Un mercado moderno, además de que organiza el comercio, dignifica el trabajo y formaliza la economía popular.
Y sí, esta transformación es urgente. Sólo hay que caminar por los mercados municipales para ver lo evidente: estructuras saturadas, condiciones precarias, dinámicas que ya no pueden sostenerse. Detrás de cada puesto hay familias que dependen de ese ingreso, mujeres cabeza de hogar, jóvenes que hoy emprenden donde sus padres lucharon por décadas. Modernizar no es un lujo: es justicia, oportunidad y seguridad.
Por eso, este momento pide constancia y buena conducción. El Congreso hizo lo que le correspondía y el fideicomiso ya está en marcha. Ahora el desafío es acompañar este proceso con un ritmo responsable, transparente y decidido. No se trata de correr, sino de avanzar sin pausas innecesarias. Cada paso bien dado representa mejores condiciones para miles de ciudadanos que esperan ver este cambio hecho realidad.
La modernización de los mercados es una transformación del día a día. Es hacer más amable el trayecto de quien madruga a comprar, más seguro el espacio de quien vende, más ordenado el barrio donde todos convivimos. Es impacto directo en salud pública, movilidad, empleo y ambiente. Es inversión real en la vida cotidiana del ciudadano común.
Lo que está en marcha es mucho más que una obra física. Es un cambio en la manera de mirar la ciudad. Donde la rutina suele pasar desapercibida, se están tomando decisiones que pueden elevar la calidad de vida de todos.
Fimerca ya está en marcha, y eso abre una etapa distinta, llena de posibilidades reales. Lo que viene ahora requiere voluntad política bien orientada, una gestión y un compromiso sostenido con un modelo que coloque al mercado en el lugar que siempre debió ocupar dentro de la vida urbana y de la economía popular.
Es una oportunidad valiosa para demostrar que el país puede organizarse mejor, planificar con sentido y trabajar pensando en la gente. Si se mantiene el rumbo, esta iniciativa puede convertirse en un ejemplo de cómo las decisiones públicas transforman la vida cotidiana de miles de ciudadanos. Ese es el camino.