El connotado escritor, poeta, crítico, historiador y destacado periodista cultural, pero, especialmente, buen amigo José Rafael Lantigua, director de la revista Global, dedicó el número 98 (enero-febrero 2022) de esa publicación a la pregunta: ¿Para qué sirve la filosofía en tiempos de tempestad?
Ataviado con el argumento platónico según el cual lo que es grandioso está siempre en medio de la tempestad, contesté a su pregunta de esta forma. La bajas del altar de la abstracción, la sacas de la capilla dogmática y la cátedra sentenciosa o, por el contrario, la filosofía desaparecerá.
Lo grisáceo del mundo actual, marcado por la incertidumbre, el individualismo, el consumismo desquiciado y la angustia propios de la hipermodernidad; lo nublado que percibió y analizó en profundidad Octavio Paz en el siglo XX, a partir del fracaso de los grandes relatos de la historia; los avatares y avances inherentes a las grandes revoluciones de los siglos del XVIII al XXI, a saber, la de la máquina de vapor en el primero; la de la electricidad y la producción en serie o en cadena para el consumo masivo entre los siglos XIX y XX; la revolución tecnológica clásica, del conocimiento y de la información que da lugar a las computadoras de uso personal y el internet, correspondiente al siglo XX y, finalmente, la llamada revolución 4.0, que contiene los atributos y problemas de la hiperconectividad, la sociedad en red o enjambre, el Big Data y la autoexplotación neuronal por medio de dispositivos digitales, cuyo uso adictivo conduce a la cretinización del individuo, todo ello constituye un panorama de tiempos grises con diferentes matices y texturas.
Algo similar ha ocurrido en las distintas etapas de la historia, porque ha habido tiempos de esplendor, opacidad u ominosa oscuridad. ¿Para qué sirve la filosofía en tiempos de ese jaez? Pregunta similar a la que se hizo Hölderlin sobre la poesía en tiempos de penuria.
Sirve para lo esencial: encaminar al espíritu, en su grado de conciencia crítica y liberadora, a hacerse las preguntas pertinentes, aunque no necesariamente se tengan las respuestas, acerca del sentido del ser en el mundo, de la vida como evolución biológica o como milagro de ascendencia mítica, del carácter de la cohabitancia, del mal como banalidad o del bien como atributo afirmativo en sí mismo, convertido en voluntad de justicia; del decurso y futuro de la ciencia, de la fertilidad o la esterilidad de las artes, del sentido gregario o la vocación de soledad de las personas, del significado del lenguaje.
También, de las batallas por la identidad en medio de la multiculturalidad, las migraciones forzosas, la xenofobia, los genocidios, preguntas incluso relativas al debilitamiento de la cultura democrática y el resurgimiento de ideologías radicales con ropajes demagógicos de populismo, mesianismos de extrema derecha o izquierdismo totalitarista de nuevo cuño.
Además, el peligro al que conduce el desplazamiento de la racionalidad por parte de la emocionalidad desbordada, la indignación o la ira frente a las promesas sociales y políticas incumplidas por la modernidad y el Estado-nación.
¿Por qué y para qué el dominio hegemónico del sapiens sobre las demás especies y sobre la naturaleza? ¿Para qué y por qué? ¿Hasta cuándo y hacia dónde? Será la conciencia filosófica la que aportará, en definitiva, desde la crítica, la irrupción o la subversión de los saberes mismos, la noción del color que prevalece en cada tiempo y cada espacio de la evolución del espíritu humano, de la sociedad y la historia.
Ante toda la osadía autodestructiva que el nublazón o el tiempo gris puedan arrojar sobre el mundo, la filosofía, al igual que la poesía y las demás artes, sobrevivirán.