Filosofando

Que me perdonen los verdaderos filósofos por invadir su disciplina y andar hablando de las cosas profundas de la vida.
Pero la experiencia enseña; y a veces es bueno escribir sobre esas enseñanzas que la vida nos ofrece.
Se ha comprobado que los fenómenos de este mundo tienen dos aspectos, el interior, oculto a la simple observación directa, esa es la esencia; y el visible, notable, a la observación inmediata, es la apariencia.
A esas dos importantes categorías hay que saber colocarlas, respectivamente, en su lugar correcto, para evitar que la apariencia nos engañe y nos impida conocer lo esencial, lo real.
La apariencia nos lleva a creer que es el Sol el que se mueve y no, como en realidad resulta, que es la Tierra la que gira en su órbita alrededor del astro rey; del mismo modo que la apariencia nos puede hacer creer que el mar y el cielo se unen allá en el horizonte.
En el ámbito de la vida cotidiana de los humanos, parecería que muchos llevan una máscara para aparentar una alegría y una felicidad que no se tienen, cuando en realidad y al margen de cualquier signo aparente, cada quien lleva sobre sí mismo su propia angustia. Sus propios problemas.
Dichoso y bienaventurado el que sepa bregar con ellos y no dejarse vencer y ser feliz a pesar de ellos; y más afortunado aún aquel que encuentra un Cirineo que le ayude a cargar la cruz y le ofrezca cercanía, comprensión, solidaridad y amor, si bien a veces suele suceder que ese mismo que ayuda al prójimo a sobrellevar la carga, lleva la suya propia, aunque sepa ocultarla bajo una apariencia engañosa.
Traigo al cuento lo que leí una vez.
Hace unos días se lo conté a un amigo entrañable y le resultó muy grato. Y hasta útil. Todavía lo celebramos. Sucedió en Roma, según el cuento.
Llegó un paciente al consultorio del siquiatra y le confesó que la melancolía y los sinsabores de la vida amenazaban con arruinarle la existencia.
El médico le dijo que buscara alivio en el buen humor y le recomendó de paso, el programa que era acogido por los televidentes como el mejor antídoto contra la depresión.
“Yo le recomiendo que vea el programa de Garibaldi y aleje la tristeza”, dijo el siquiatra al paciente, que dejó al profesional frisado con la respuesta: “Pero si yo soy Garibaldi, doctor”.