Ficción y autobiografía en “Over”

Luego de comprender la lógica antiética e ilegal del “over”, es decir, de poner sobrepeso a las escasas mercancías que como bodeguero despacha a los peones de la caña, cobrándoles dinero o valor de más a través de los “vales”, y luego de descubrir el sistema monopólico de explotación y opresión laboral que engullía despiadadamente la vida y la muerte de hombres y mujeres miserables en la dinámica del central, el personaje Daniel gruñe: “Porque ningún espionaje es tan eficaz como este de la finca, donde el empleado, a la vez que es carne de trapiche, hace de lubricante de la máquina y de conductor de elementos que alimentarán el engranaje insaciable” (p. 62).
Al empezar el capítulo sexto y último de la primera parte de la novela, a propósito del ambiente en que ahora vive Daniel Comprés en el central, similar al que se interpreta del país en la carta, se lee: “La zafra tiene más de cien días. Los trabajadores que la vieron llegar, llenos de alegría, se van convirtiendo en sujetos indiferentes que realizan su trabajo sin esperanzas.
Todas las mañanas, antes de salir el sol, desfila la turba harapienta, maloliente –con un hambre que no se le aparta jamás-, camino del corte, como una procesión de seres sin alma” (p. 101).
Al igual que en la vida del autor, la mujer del personaje enferma en el central y tiene que ser llevada, sin que él se entere, al descalabrado y desabastecido hospital del batey, donde los seres humanos son atendidos precariamente, con indiferencia y desinterés, como bestias, como desperdicios humanos.
En una introspección, técnica frecuente en la narración, el personaje Daniel Comprés exclama: “¿Por qué los hombres se tratan tan mal? ¿Por qué estas diferencias? (…) Mi mujer es una niña inocente, que está enferma y necesita comodidades, cuidado” (p. 190).
Lleno de impotencia, ira y dolor, como el autor de la carta, el personaje ficticio comenta: “Después, me trajeron a mi mujer sin hijo.
Era un esqueleto envuelto en piel” (p. 191).
De haberse logrado el propósito de la carta, reunir 60 pesos para marcharse cuanto antes del país, yéndose primero a las Antillas Holandesas y luego a Venezuela, como tuvieron que hacerlo otros jóvenes intelectuales de la época, verbigracia, Juan Bosch y Pedro Mir, entre otros, el trágico destino del autor de “Balsié” (1938) quizás hubiera sido otro.
Es en este tenor que Andrés L. Mateo, en su estudio “La narrativa de Ramón Marrero Aristy” (Balsié-Over, Ramón Marrero Aristy, Biblioteca de Clásicos Dominicanos, Santo Domingo, Editora Corripio, 1993) define al autor, que había estado inmerso en los ideales del socialismo, y bajo cuya influencia escribe sus obras de ficción, como un “péndulo” que oscila entre la “cruda realidad” que describe en sus escritos literarios y la propia “metáfora” que la obra de ficción constituye (p. 10).
Mateo ve en Marrero “una continuidad de su escritura, que era, quizás sin que se lo hubiera propuesto conscientemente, la antítesis de esa figura de la realidad que atrapaba en la lengua” (p. 23).
Hay entre el escritor y el hombre unas contradicciones que se proyectarán en su obra y que, de alguna manera, conformarán esa “ambigüedad del lenguaje” que hará de su propia vida un “juego peligroso” y un sino trágico.
Si bien es cierto que la ficción de Marrero Aristy encierra una aguda y descarnada crítica de la realidad socioeconómica y política del país de los años 30, no lo es menos que toda esa carga subversiva o rebelde va a desaparecer de su escritura a partir de 1940, y de su adscripción a la burocracia del régimen trujillista.
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