La realidad a veces es tan apabullante que no deja espacio a la fantasía. En este diario vivir que tenemos hay días que caemos agotados en el más profundo sentido de la palabra, y ni siquiera nos damos cuenta de que ha pasado un día sin tiempo para soñar, para fantasear.
Creo que son tan necesarios esos momentos de ensoñación como aquellos de la realidad más pura. Ahí es que logramos un equilibro para que nuestra mente y nuestro corazón se reúnan.
Tener fantasías es algo maravilloso, desde las más mundanas a las más intangibles. Dejar que la mente vuele, que vaya a lugares en los que te imaginas cosas, acciones, personas, hace que la presión y la ansiedad desaparezcan, que puedas crear un mundo en el que pasa aquello que te gustaría o aquello que te da paz.
En esos momentos de meditación, porque al final es eso, permites que las murallas caigan, estás contigo mismo sin que nadie te juzgue, eres capaz de ilusionarte sin cortapisas.
Y cuando regresas a la realidad te das cuenta que ves todo un poco más diferente; la respuesta que estabas buscando de repente llega; la decisión que estabas postergando ahora está tomada.
Y eso es simplemente porque has logrado desconectar de todo lo que te impide sentirte libre, la fantasía es lo más maravilloso que se tiene, que te otorga una libertad plena.
Puede parecer algo trivial, algo por lo que no merece la pena perder el tiempo, pero cuando la realidad se quiere imponer es la mejor forma de presentarle batalla.
Deja volar tu imaginación y llega a ese lugar que te permita recargar pilas y regresar con la fuerza necesaria para afrontar todo lo que ocurre en tu vida. Al final tú eres quien decide qué, cómo y cuándo.