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Falsa libertad en las redes sociales

José Mármol Por José Mármol
José Mármol
📷 José Mármol

Un prolijo discurso informacional propala la idea de que las redes sociales son el punto cumbre de convergencia posmoderna y digital del deseo individualizado y de la conquista de la libertad de expresión.

Es verdad que el giro digital ha revolucionado la comunicación unidireccional en la cadena emisor-medio-receptor.

La dictadura del emisor en la generación del mensaje y la obediencia esclava del receptor en su decodificación se fueron por la borda. Ahora, el receptor genera mensajes, prescindiendo, incluso, del medio propio del emisor, y haciendo uso de su personalizado artefacto o dispositivo móvil digital e inteligente.

La gigantomaquia mediática tiene ahora dos polos que desplazaron los del medio y el lector.

Ahora se enfrentan, de un lado, el periodismo ciudadano, ejercido por el individuo desde sus propios medios electrónicos y digitales, muchas veces con ética y respeto de la ciberaudiencia; pero, otras tantas llevado a la práctica de forma libérrima e irresponsable.

Del otro lado, el periodismo de marca, que es aquel mediante el cual una persona, institución o empresa crean sus propios espacios web y colocan las informaciones sobre sí mismos y sus productos en forma autónoma.

El periodismo convencional de páginas impresas o electrofrecuencias queda en el medio como jamón del sándwich.

Lo que interesa aquí es la ambivalencia de la supuesta libertad para comunicarse a través de las redes sociales.

En esta sociedad del exceso de información y de la incesante y delirante acumulación de datos, el poder sobre los individuos se ejerce, no desde el panóptico de Bentham y Foucault, que imponía, por la vigilancia de uno hacia muchos, el silencio a los individuos y los separaba físicamente, sino, desde el sinóptico de Thomas Mathiesen, que permite que muchos vigilen a pocos, por la influencia de los medios de comunicación masivos; o bien, el banóptico de Didier Bigo, que mantiene lejos, clasificados y excluidos a los vigilados, por razones de seguridad o prejuicios culturales, económicos y raciales.

Estos nuevos sistemas de control son hijos de la revolución digital, el neoliberalismo y la globalización.

La vigilancia, como materialización del poder, se da ahora en todas las direcciones y entre todos los individuos, instituciones y estamentos sociales.

Cuando en un comercio u hospital, en un destacamento policial o de bomberos, en un aeropuerto, en fin, toman nuestros datos, pasamos a ser un archivo detectable y controlado por una memoria de almacenamiento (big data) que solo es capaz de encontrar lo mismo cada vez que se le solicite. Aunque, dato no es objetividad.

Nuestra libertad depende, pues, de la velocidad con que aparezca nuestro perfil o archivo digital en la pantalla del dispositivo que almacena, clasifica, vigila y controla intangiblemente.

Mis perfiles o cuentas en la red son la evidencia de una postura identitaria o huella digital, cuya duración dependerá de mi decisión.

Queda a expensas de la temporalidad del clic. Como es ilimitada la cantidad de información del big data, también es ilimitada su facultad de control y conocimiento interior de los cibersujetos. La libertad propia de las redes sociales es también coacción, coerción y represión.

Ya no es el cuerpo (biopolítica) la unidad de control represivo o disciplinario. Ahora es la psique (psicopolítica), porque la orientación de la productividad en el nuevo capitalismo y sus resortes ideológicos descansa más en lo inmaterial o intangible.

El poder de vigilar es ahora virtual, digital, ciberespacial. Invade la mente de los individuos, aunque deje en presunta libertad el cuerpo. Se manipula la voluntad más que el acto individual. Las redes sociales son una trampa de insospechada vigilancia existencial, por hipervisibilidad e hipertransparencia.

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