Quedé estupefacto cuando la leí por primera vez. Sin dar crédito a lo que veían mis ojos, releí varias veces la nota periodística, hasta quedar convencido de que no me había equivocado: el Jefe de la Policía le advertía a un sospechoso de cometer un crimen que no se entregara voluntariamente a las autoridades, porque eso equivaldría a poner de mojiganga a la Institución, y que, en cambio, la Policía lo atraparía valiéndose de sus propios métodos.
Una afirmación como esa, dicha por un jefe policial, pone a temblar a cualquiera, porque permite suponer muchas cosas indeseables. Pero, por suerte, parece que alguien aconsejó al General, o éste meditó bien lo que había dicho y rápidamente recogió sus intimidantes palabras.
Conste que no estamos defendiendo al sospechoso, como tampoco le acusamos de ningún crimen o delito. Si incurrió en alguna falta, que pague las consecuencias, pero que su castigo se lo impongan los jueces.
El caso es que, felizmente, mi estupefacción sólo duró unas pocas horas. Y como dice el refrán: Cuando se mete la pata y se saca a tiempo, se queda bien.