En una coyuntura en que la mayoría de los medios de comunicación dominicanos ha abandonado la responsabilidad ética de la comprobación de los datos que sirven de insumos para la difusión de noticias, resulta fácil a las esferas del poder mentirle a la sociedad.
Desde el ámbito de las cifras oficiales se puede mentir a través de la manipulación malintencionada de informaciones con la pretensión de construir falsas percepciones en torno a realidades inexistentes. Muchos las asumen y hasta defienden esas “verdades” durante un buen trayecto temporal, pero llega un momento en que mantener las mentiras se vuelve insostenible.
Las autoridades gubernamentales se encuentran en un punto de confort comunicativo, debido a la autocensura mediática, por lo que han caído en lo que se denomina pseudología narrativa, que consiste en crearse sus propias mentiras. Esto es peligroso dentro de una sociedad democrática, porque degenera en abusos de poder, desconexión social, la exaltación a la personalidad y la corrupción.
Hay, sin embargo, estadísticas oficiales que no permiten la falsedad o manipulación. El error de hacerlo es exponerse a riesgos que se revierten y provocan una percepción contraria a la deseada. Tal es el caso de los datos relativos a la salud pública.
El Gobierno quiso jugar al ocultamiento de las estadísticas del dengue; no adoptó las medidas preventivas de lugar, provocando que la epidemia le explote en la cara. Inclusive la sociedad dominicana ha vivido en las últimas semanas un irracional enfrentamiento entre autoridades del Ministerio de Salud y médicos vinculados al gremialismo, cuyo centro ha girado en torno a las estadísticas de los casos sospechosos de dengue y las defunciones registradas como consecuencia de la enfermedad.
Recuerdo que durante los cuatro años que estuve al frente de la Dirección de Comunicación Estratégica del Ministerio de Salud Pública, una de las lecciones aprendidas consistió en que las estadísticas sanitarias ni se abultan, ni se ocultan. El manejo transparente de las mismas sirve de punto de partida para el establecimiento de estrategias efectivas de promoción de la salud colectiva.
Lo relevante es dar respuestas orientadoras y de atención facultativa humanizada a una población desesperada.
Los países que se han colocado en los primeros lugares de bienestar social tienen en común que aplican efectivas estrategias de prevención de enfermedades y disponen de barreras de control epidemiológico que les protegen de potenciales amenazas sanitarias, garantizando así la viabilidad de las acciones dirigidas a alcanzar niveles óptimos en la calidad de vida de sus habitantes. Indiscutiblemente que no se trata de nuestro caso, en el que la dejadez y los intereses particulares de actores vitales parece que ganan la partida ante una amenaza de esa magnitud.
Acciones efectivas en el manejo del dengue, la malaria, la leptospirosis y otras enfermedades tropicales constituye un compromiso de todos. No se puede olvidar que el turismo representa una de las columnas de la economía nacional en un contexto global en el que los turistas se cuidan de no visitar destinos de gente enferma.
El dengue es una enfermedad vírica transmitida por mosquitos que se ha propagado rápidamente en todas las regiones del mundo en las últimas décadas.
El virus del dengue se transmite por mosquitos hembra, principalmente de la especie Aedes Aegypti. Estos mosquitos también transmiten la chikungunya, la fiebre amarilla y la infección por el virus de Zika.
Resulta una estupidez toda pretensión de disminuir u ocultar las estadísticas sanitarias, dado el hecho de que choca con la efectiva gestión estratégica de la salud.