Curiosamente, este artículo no trata de la investigación de las muertes violentas en República Dominicana, sino de retomar la estadística como método de investigación criminal. La muerte violenta se diferencia de la muerte natural, porque sencillamente la primera pertenece al Estado, no a las familias.
Existe una circunstancia sospechosa de que ha ocurrido una situación anormal, y por lo tanto debe ser investigada. Así nadie podrá decir de qué murió la persona. La muerte violenta debe ser declarada por el Estado. Estas muertes son: el homicidio, el suicidio y los accidentes.
Tampoco nos proponemos, con estas nociones, introducir una aproximación de lo que tenemos hoy como la vigente Política Criminal, la cual ha de tener como base, de manera fundamental, la ciencia estadística y, sabemos, que carecemos de ella.
En la actualidad, ninguna agencia de derecho público está contribuyendo a ofrecer los datos estadísticos de las muertes violentas de nuestro país, donde existe el doble de veces que una sociedad tolera.
Desde 1830, con Napoleón, el estudio especial de la estadística se convirtió en un medio de investigación criminológica, gracias al renacimiento de las ciencias sociales, y, en particular, a la introducción de la estadística criminal, con las obras de Montesquieu, Turgot, Voltaire, Condorcet, Hume, Smith y Ferguson.
De esa época data el primero y más fundamental concepto de estadística: “es la observación global de los hechos expresada en cifras”. J. Grant (s. XVII), descubrió que ciertas cifras contenidas en tablas se repetían con gran regularidad de año en año; Adolfo Jacobo Quételet la utilizó definitivamente como método científico de investigación, y por eso se adoptó su uso en Francia, en 1826, y se comenzó a confeccionar la estadística criminal, bajo el nombre de Compté Général de L’administration de la Justice Criminelle.
A los casos de suicidio se les denominó “estadística moral”. La estadística, en realidad, es eso: un medio para averiguar las pautas morales de un pueblo en un período determinado. Pero, en general, para que este conocimiento desarrollara fue necesario ver la delincuencia (y ciertos fenómenos patológicos) como un “fenómeno normal” e inevitable.
Y eso es equivalente para la muerte violenta, un evento estático y dinámico, a la vez. Estático, porque una vez almacenada en una base de datos, no se puede modificar, pero sirve para saber cómo se comportará `a posteriori` de los siguientes datos prefijados; y dinámico, porque las incidencias van a experimentar variación; a veces positivamente, y, otras veces, negativamente.
La estadística nos enseña muchas cosas. Por ejemplo, que la muerte tiene geografía. Pueden ocurrir mayormente en las ciudades (¿cuáles ciudades?), donde muestra con mayor claridad los factores asociados a la muerte violenta; si es el sexo, la edad; en el caso de los accidentes, estos están asociados a las enfermedades, las emociones y el alcohol.
¿Pero cómo saberlo?
Desde que fue creada, en 1935, la Oficina Nacional de Estadística (ONE), cuyo objetivo fue y lo sigue siendo, “recolectar, revisar, elaborar y publicar las estadísticas nacionales relacionadas con las actividades económicas, agrícolas, comerciales, industriales, financieras, medioambientales y sociales de la población”, se valió de Anuarios que años tras años viene publicando. También ha realizado censos y Encuestas muy valiosas para el país.
En el ámbito criminal, a pesar de que hay allí “un conjunto de datos bastantes buenos”, las actuales instituciones del Estado no saben aprovechar datos que competen a la investigación de las muertes violentas.
Este 2023 nos mostró a un Estado dominicano sin vocación para esta labor. Por esta razón se han escrito estas líneas, porque esto no ocurre ni en Estados Unidos, ni muchos menos en Europa.