Me dediqué ayer a preguntarles a todos cuantos encontraba en mi camino: ¿Crees que todo está perdido en este país?
Antes de proseguir, debo explicar a los amables lectores cuáles fueron las razones que me motivaron para realizar esa encuesta nada científica, pero que por lo menos me daría una idea aproximada de lo que piensa la gente que me rodea.
La motivación que me impulsó para formular la pregunta en cuestión fue el tanto leer y escuchar juicios y opiniones tremendistas, pronósticos pesimistas, augurios tenebrosos, presagios estremecedores y profecías aterradoras sobre el futuro inmediato de esta nación.
Ante un cuadro de esa naturaleza, llegué a decirme a mí mismo: Si las cosas son así, no tenemos salvación, todo está perdido sin remedio. Entonces hice la miniencuesta.
¿Resultado? Para mi sorpresa, más de un 90 por ciento de los consultados respondió que no, que no todo está perdido, que hay esperanzas de superar nuestras actuales dificultades, que el país puede salir adelante, pero
Siempre hay un pero. En este caso, el pero es, según mi universo de entrevistados, que se requiere mucha voluntad, mucho desinterés personal y mucha decisión, desde el ladrillito más alto de la cúpula del Palacio Nacional, hasta la más deprimida casucha de cartón a orillas del Ozama o en la zona fronteriza.
En nuestras manos está, pues, la solución. ¿Cuándo pasaremos de las palabras a los hechos?