Español de América y poesía

Español de América y poesía

Español de América y poesía

La poesía, en tanto que abstracción simbólica, evoca su concreción en el poema como hecho de lenguaje, como un concreto de pensamiento y un concreto de sentimiento.

En la génesis del poema estriba la construcción de un universo cerrado, en términos de literariedad, de sintaxis, de núcleos léxicos, pero, al mismo tiempo, un universo abierto, en términos de sentido, de significación de lo escrito o dicho.

La apuesta mayor de sentido del poema consiste en que, siendo de naturaleza lingüística, logre trascender verbalmente el mundo, para instalarse, como pieza de testimonio vital y epocal, en las cimas de la posteridad.
Es de esta manera como la diversidad inherente al lenguaje estético, y en particular, a nuestra lengua española, podrá sobreponerse a las fuerzas de uniformización de la lógica inhumana del mercado, el consumismo delirante y la pretensión de homologación manipulada del pensamiento y del espíritu de los individuos que vivimos en la modernidad tardía.

En la lucha americana de las primeras décadas del siglo XX entre indigenistas o criollistas y europeizantes; en aquella época llamada guerra entre civilización y barbarie, el insigne humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña, en su conferencia titulada “El descontento y la promesa”, pronunciada en Buenos Aires en agosto de 1926, zanjaba el problema con las siguientes palabras: “Apresurémonos a conceder a los europeizantes todo lo que les pertenece, pero nada más, y a la vez tranquilicemos al criollista.

No solo sería ilusorio el aislamiento -la red de las comunicaciones lo impide-, sino que tenemos derecho a tomar de Europa todo lo que nos plazca: tenemos derecho a todos los beneficios de la cultura occidental. Y en literatura -ciñéndonos a nuestro problema- recordemos que Europa estará presente, cuando menos, en el arrastre histórico del idioma”.

De esta forma, adentrándose en la incipiente complejidad del siglo XX, el pensador prefigura, a pesar de los avatares, un seguro porvenir para las artes y las letras de Hispanoamérica, porque, aunque pareciera ajeno el sello de nuestro idioma, no faltaría mucho tiempo para que pasara a nuestras orillas del Atlántico el eje espiritual del mundo español.

Desde el español de América soy, tengo un lugar en el mundo y me doy a la tarea de construir, de batallar por mi identidad, única y diversa a la vez. Poseo mi lengua y ella me posee. A la hora de la génesis del poema, soy su instrumento y ella mi firmamento. Mi lengua es, volviendo a Henríquez Ureña, mi magna patria, la que desde su diversidad intrínseca hace particular mi modo de expresión.

La poesía encarna un acto verbal de libertaria resistencia frente a las injusticias, las manipulaciones ideológicas, los intereses espúreos y frente a la frenética autodestrucción a la que parece abocarse la humanidad presente.

Más allá de los conflictos de todo género, de las pugnas supremacistas en las lenguas, las culturas y las naciones, y de las amenazas globales, estamos en el deber de defender la vigencia de la poesía, en su calidad de la más elevada expresión estética de una lengua, porque palpita en ella el hálito de una esperanza mayor: la de la voluntad del ser humano en reafirmarse como ente gregario y en preservar, a pesar de los fracasos y los horrores, los valores esenciales del pensamiento, la sensibilidad y el espíritu de que la poesía es máxima portadora.

La poesía, en su esencia y manifestación, armoniza la diversidad cultural y lingüística del español como segunda lengua más hablada del mundo, en franca lucha contra la degradación de su calidad estética y de su dimensión humana causadas por la ceguera moral, el consumismo delirante y la alienación tecnológica.



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