Ahora que termina un año escolar y el Ministerio de Educación se apresta a preparar lo que será el inicio del primer año escolar totalmente presencial, a partir de septiembre, debemos reflexionar.
En ese proceso de reflexión debemos tomar en cuenta que todos los males de la vida dominicana –que incluye problemas irresueltos que se transfieren los gobiernos, como una amarga herencia, a través de varias décadas– están en directa conexión con la economía del país.
Una economía que ande mal incide en que una parte del país no funcione bien. En ese sentido, y de acuerdo a las estadísticas de la educación dominicana, hay una mayor inversión económica en las escuelas para niños. Eso quiere decir que la escuela dominicana tiene más aulas y maestros dedicados a la educación inicial y básica.
Eso es así, pero ocurre que la inmensa mayoría de los estudiantes dominicanos no aprueban el nivel básico completo. En ese trayecto se produce el porcentaje de deserción más sensible. Hay un alto índice de estudiantes que no llega al sexto grado. Se trata de una situación que hay que pensar desde el Estado, no ya desde la escuela, para poder tomar decisiones que incidan en un desarrollo sostenido del país, a mediano y largo plazo.
Ocurre que los niños sin una escolaridad completa serán los ciudadanos del futuro, con plenos derechos. Podrán tener derechos, pero no tienen una idea de la confraternidad humana, de respeto, cívica, de convivencia pacífica, de tolerancia a la diversidad, de sentido de equidad, de control de la ira. Estas falencias y el cúmulo de otras cargan la vida de un ciudadano adulto sin escolaridad.
El país nunca podrá pasar a un estadio superior de desarrollo sin educación de calidad. El desarrollo de un país empieza y se consolida en la escuela; y los niños sin educación, con más tiempo en la calle, famélicos o bajo la explotación infantil, crecen y con los años pasan a ser adultos con derechos cívicos, pero sin educación, con deudas culturales.
En ese orden se hace imperativo fortalecer la educación primaria, educar en valores. Invertir más recursos en la escuela primaria, que los estudiantes, desde niños, aprendan a amar la vida, a solucionar conflictos de manera pacífica; y, sobre todo, a respetar, de manera responsable, la vida de sus semejantes.