Cuando, hace más de diez años, comencé a escribir y publicar esta columna en el Listín Diario, algunos colegas y amigos me advirtieron que era muy arriesgado comprometerse uno a desarrollar un tema distinto cada día de la semana.
Todavía resuenan en mis oídos las admonitorias palabras de los que, con no disimulada franqueza, me prevenían: ¡Te estás volviendo loco, no sabes en lo que te estás metiendo!. Pero como dice el refrán, a los consejos y a las mujeres feas, nadie los sigue, y me embarqué en la aventura contra viento y marea.
Los que a través del tiempo han sido tan tozudos y leales como para mantenerse siendo lectores de este espacio, me recriminan, sin embargo, porque la columna ya no es tan puntual como al principio y no sale todos los días.
Para atenuar mis culpas, hay días que me dispongo a escribir a cualquier costo y me rompo la cabeza buscando un tema, lo que me empuja, sin darme cuenta, a producir auténticas sandeces de las que me avergüenzo después de publicadas.
Pero ¡paradojas de la vida!, esas columnas triviales son las que mejores comentarios generan, mientras, por otro lado, los temas serios o profundos mueren sin pena ni gloria en el zafacón de la indiferencia colectiva.
Hoy es uno de esos días en que las musas se han negado a visitarme. Por eso, hoy es un día de sandeces y trivialidades.