Esclavitud, mestizaje y religión: manual para entender el tema racial dominicano (cuarta parte)
Es muy común en la República Dominicana que personas se definan o se identifiquen como mulatos o como mestizos. Esta es una afirmación que es válida, entendiendo que somos un pueblo altamente mezclado.
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Pero, en algunos casos, por ingenuidad o por desconocimiento, se utilizan clasificaciones raciales entre la población tales como indio, la cual no es correcta, ya que nuestra composición racial no es cien por ciento taína nativa (Colón los llamó indios), ni tampoco somos de la India. Otro caso interesante es el del término racial ambiguo trigueño.
Según la Real Academia Española (RAE), se utiliza este término en “una persona de raza negra o de piel oscura”. Otra definición de la RAE indica que es “dicho de un color: amarillo oscuro como el trigo maduro” pero, además, el término trigueño es utilizado como sinónimo de moreno, mulato, pardo, clasificaciones raciales válidas dentro de la América hispana.
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En el Imperio español, había un sistema de clasificación racial llamado sistema de castas, específicamente en México (la Nueva España), el cual contenía las siguientes clasificaciones raciales: españoles peninsulares y criollos, mestizos, castizos, indígenas, mulatos, zambos y negros esclavizados (México tenía una alta población aborigen).
También había otras denominaciones tales como morisco, chino, cholo, coyote, lobo y salto atrás. El caso de la Isla de Santo Domingo es un poco diferente, ya que solo en el siglo XVI se dio el mestizaje en masa con los nativos taínos de la isla.
Ya para principios del siglo XVII, casi todos los nativos se habían muerto por maltrato o por enfermedades, y otros se habían mezclado con los españoles y con los africanos. Hubo importaciones de nativos de otras islas o territorios como, por ejemplo, de las Islas Bahamas a Santo Domingo.
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Pero, finalmente, los nativos fueron absorbidos por la mixtura racial. En el siglo XVII, las mezclas preponderantes eran, prácticamente, mestizos y mulatos con negros bozales traídos de África con blancos españoles y portugueses (en ese tiempo, la corona de Portugal estaba unificada con la corona española).
El afamado profesor hispanista sueco Magnus Mörner dice en su libro La mezcla de razas en la historia de América Latina que en “la América española no hubo una división estricta en grupos endogámicos [no había un rechazo social a la incorporación de otros miembros raciales]. Existía alguna movilidad social vertical y el sistema no gozaba de una sanción religiosa explícita”.
En otras palabras, se podía escalar en la sociedad, a pesar del color de piel, siempre y cuando la persona fuera libre, tuviera sus méritos y profesara la fe católica (un ejemplo fue Juan Garrido, conquistador afroespañol del siglo XVI).
Esto no pasaba en las colonias inglesas, donde la división era negro o blanco, y los nativos se mantenían en sus reservas (no se mezclaban). Recordemos que, evidentemente, en la Hispanoamérica colonial, el negro estaba ubicado en la parte más baja del escalafón: por el hecho de ser esclavos y por tener otra fe, eran calificados de herejes y, por ende, eran sirvientes (la esclavitud no era basada tanto en el color de la piel, sino en la religión que profesaban).
La clasificación racial en Santo Domingo quedó prácticamente en desuso en el siglo XVIII, ya que, en varias ocasiones la Colonia se vio en situación de abandono por parte de España.
La migración de esclavos africanos y de españoles peninsulares se vio mermada, en parte, a causa de la piratería en el Mar Caribe, y de otros destinos más atractivos que Santo Domingo, los cuales acapararon ese flujo (por ejemplo, México, Cuba y Perú).
Esto desató que, a falta de migración masiva (exceptuando la migración de familias de las Islas Canarias en los siglos XVII y XVIII, para poblar la frontera) todos se hubieran mezclado tan seguidamente que ya muy pocos sabían con exactitud qué clasificación racial tenía cada uno.
Ya en el siglo XIX, con las independencias de muchas naciones hispanoamericanas y con las mezclas raciales durante siglos, las nuevas repúblicas (como, por ejemplo, Argentina) empezaron a utilizar el término trigueño en el proceso reclutador de soldados para la lucha independentista.
Como ya el sistema español había caído en desuso, este término se implementó para agrupar un grupo de soldados libertos que tenían clasificaciones raciales diferentes, pero que no eran ni negros puros, ni mucho menos blancos.
Según la investigadora Virginia Flores Sasso, haciendo alusión al uso de la clasificación racial trigueño en su artículo “Los soldados negros del rey. Compañía de Morenos de Santo Domingo”, explica: “Además, en el siglo XIX, surge el ‘trigueño’ como una nueva categoría de piel para denominar a ciertas personas de piel oscura o con rasgos físicos de negritud, pero con importancia social”.
Para los afroamericanos (estadounidenses), la opresión sufrida durante la esclavitud y la posterior discriminación continúa desde la abolición a la esclavitud hasta nuestros días.
Crearon en ellos una directriz adoctrinada por sus gobernantes, que los ataba a segregación por su negritud y por su ciudadanía de segunda categoría.
Desde 1930 se eliminó el término mulato (solo se utilizó la categoría de negro) del censo de Estados Unidos, lo cual limitó aún más el entendimiento para que una persona racialmente mezclada pudiera clasificarse en esa sociedad (el vivo ejemplo es el caso ya explicado del expresidente Barack Obama).
Según la Oficina del Censo de los Estados Unidos, en 2020, se consideró mezcla racial de negros y blancos en, aproximadamente, 3,1 millones de personas.
Llama la atención que esta clasificación diga “blanco” y “negro” o “afroamericano” haciendo alusión a que, aunque sea mezclado, es lo equivalente a un negro (White and Black or African American).
También es extraño que, en una nación donde hay más de 300 millones de habitantes, solo haya 3,1 millones que se identifiquen como “mezclados” (los cuales, al mismo tiempo, son considerados negros).
En tal sentido, el mestizaje que se dio en Estados Unidos fue, prácticamente, mínimo, comparado con el de Santo Domingo: los afroamericanos entienden, en su visión, que la gran mayoría de los dominicanos son solo negros.
Si el dominicano se refiere a su persona como indio o como trigueño, es más confuso aún para el afroamericano estadounidense porque se puede llegar a conclusiones ambiguas como, por ejemplo, que el dominicano cree que es de la India o que es solo un aborigen taíno.
En su visión protestante de la nación anglosajona, el religioso estadounidense Herbert W. Armstrong trata de conectar el linaje de los anglosajones con el pueblo escogido por Dios en la Biblia.
Según Armstrong y su mito nacionalista, “la promesa de la ‘gran nación’ se refiere únicamente a la raza [anglosajona], y no a la simiente única”. Los británicos son (supuestamente) descendientes de Efraín, y los Estados Unidos descienden de Manasés; pertenecen a las doce tribus de Israel en el Antiguo Testamento.
Los argumentos de Armstrong (sin sustentación genética) están basados en profecías bíblicas que, supuestamente, caen sobre estas dos naciones anglosajonas. Por ende, mezclarse con otros pueblos estaba estrictamente prohibido. Todas estas profecías están explicadas en su libro The United States and Britain in Prophecy.
Basándonos en lo ya explicado, es claramente entendible que el español católico era más condescendiente en los territorios americanos que el inglés puritano en sus colonias del norte de América.
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