Esclavitud, mestizaje y religión: manual para entender el tema racial dominicano (segunda parte)
La mezcla racial que se dio en Santo Domingo (hoy República Dominicana) era vista de manera extraña por otros imperios coloniales (Inglaterra, Francia y Holanda) ya que, durante los siglos xvi y xvii, España era el mayor imperio del mundo, y trazaba el patrón a seguir en América: la mezcla racial para expandir la fe católica (Holanda e Inglaterra estaban aferradas a otra religión y costumbres).
Esto fue tan palpable que, en el siglo xvii, en Santo Domingo, según el reconocido filólogo hispanista Ángel Rosenblat en su libro El mestizaje y las castas coloniales, “en la isla [Santo Domingo ], los matrimonios de militares de cierta graduación con negras y mulatas […] de esclavas pasaban a ser esposas [mujeres libres]”sin dar ni un centavo por su libertad. Recordemos que las leyes antimestizaje o antimatrimonio interracial fueron abolidas en Estados Unidos en 1967, hace solo cincuenta y ocho años. ¿Será que, en cuanto a tolerancia y a mezcla racial, Santo Domingo era una adelantada para su tiempo?
Para entender toda esta situación, es bueno referirse a la génesis de la composición racial española antes del viaje de Colón a América. En esa tesitura, dice Rosenblat, en el libro citado anteriormente, refiriéndose a la composición racial y a la tendencia del hombre español a mezclarse, que “[…] la formación misma del hombre ibérico [es] resultado de las mezclas más diversas: pueblos procedentes de Europa a través de los Pirineos, pueblos procedentes de África a través del Mediterráneo, fenicios, griegos, cartagineses, judíos, celtas, romanos, germanos, árabes, y con estos una amalgama de pueblos diversos del norte de África”.
En la Isla Española, los españoles siguieron los pasos de sus antepasados en la Península Ibérica, con la política de la corona de mestizaje y con un tratamiento dirigido a los nativos sin agraviarlos.
Curiosamente, la reina Isabel la católica escribe, el 12 de octubre de 1504, su testamento, donde vuelve a estipular que no se maltrate a los nativos y que sean resarcidos si tal cosa ocurriera. El nieto de la reina, Carlos I de España, enfatizó la misma política: en 1519 se prohibió llamar a los nativos con apodos o nombres despectivos, lo que hoy sería considerado como bullying. (Esta normativa es, posiblemente, el antecedente que dio paso al uso de los apodos de cariño, tales como, “negrito” o “negrita“en la cultura dominicana). No todos los colonos acataron el mandato de la corona, por sus ambiciones y, más aún, en un territorio desconocido, donde había pocos intérpretes y muchos malentendidos.
Las enfermedades hicieron estragos por la falta de anticuerpos en el encuentro de ambos grupos, y los abusos físicos fueron notables: pero, a su vez, los españoles comenzaron a entrelazarse con la élite nativa gobernante y con el pueblo nativo llano.
Aquí van algunos ejemplos de los “caciques blancos”: Miguel Díez de Aux (padre) se casó con la cacique de Haina, Catalina. La princesa Higuemota (hija de Anacaona y de Caonabó) se casó con el español Hernando de Guevara y tuvieron una hija llamada Mencía. El rebelde Roldán también se emparentó con las hijas de la nobleza de Jaragua, y aseguró tener influencia en sus herencias. (Cabe comentar que la historiadora Consuelo Varela refiere en su libro, La caída de Cristóbal Colón, que Bartolomé Colón (hermano del almirante) y la cacique Anacaona tuvieron un romance).
Hernán Cortés y Francisco Pizarro hicieron lo propio en México y en Perú al emparentarse con la clase gobernante y tener descendencia. Los ingleses nunca se emparentaron con la clase gobernante de los nativos de Norteamérica, ni tampoco lo hicieron en masa con los esclavos traídos de África: por el contrario, estos, claramente, eran marginados.
Decía el naturalista y explorador alemán Alexander Humboldt (1769-1859) que, en los viajes que había hecho a las posesiones españolas en América, los esclavos estaban mejor tratados que en otros lugares.
Cuenta otro extranjero, el político francés Moreau De Saint-Mery, quien visitó y criticó duramente la colonia de Santo Domingo a final del siglo xviii: “Por un principio de religión, propio de los españoles de Santo Domingo, ellos miran como un acto de piedad el legado de la libertad que hace un amo. Los confesores mantienen esta opinión, de manera que es muy común ver testamentos que concedan la libertad a varios esclavos a la vez”.
Según el afamado historiador Demetrio Ramos Pérez, España nunca lideró el comercio de esclavos africanos (tráfico de ébano), en el siglo xvi. En tal tesitura, eran los genoveses, los flamencos y los portugueses los que tenían ese monopolio y posteriormente, a partir de los siglos xvii y xviii, Francia e Inglaterra entraron en la ecuación de dicho comercio. En tal sentido, España concedió licencia para que sus comerciantes pudieran comprar los esclavos (a las naciones ya mencionadas) y asentarlos en un territorio determinado del Imperio, dependiendo de la necesidad; pero lo hicieron erróneamente, ya que sustituyeron el trabajo nativo por el trabajo africano.
La leyenda negra antiespañola era una propaganda (fomentada por Inglaterra, Holanda y Francia), que difundió, al mundo y a las sociedades de los territorios hispanoamericanos, que todo, absolutamente todo, lo que habían hecho los españoles en América era malo, primero, por su mezcla racial supuestamente impura (súbditos de segunda categoría).
El objetivo era claro: fomentar la división en los dominios de España, imperio que, territorialmente, era el mayor de todos, con grandes riquezas económicas y el más católico de todos. Pero lo irónico es que los propios promotores de esa leyenda negra nunca hicieron referencia a los actos atroces que habían cometido sus propios reyes en sus colonias americanas. Esto es entendible, ya que esas naciones carecían, al parecer, de libertad de expresión, o hacían la vista gorda en estos temas, y nunca fueron autocríticos, como sí lo fueron los propios españoles cuando cometieron errores.
Basta solo remitirse al sermón de Montesinos en Santo Domingo, el memorial de Fray Bernardino de Manzanedo del año 1518, enviado al rey Carlos I; los escritos de Francisco de Vitoria; las ideas sociales en favor de los pobres del filósofo español Luis Vives; y las denuncias hechas por Bartolomé de Las Casas en contra de la política de su propia patria española.
Es preciso mencionar una famosa frase que se les atribuye a distintos autores: “La historia la escriben los vencedores”. En el caso de España, desde finales del siglo xviii, pasó a ser una potencia de segundo nivel en proceso de descomposición.
En sus territorios en América, fueron heredando todos los prejuicios en su contra (enfocados, en este caso, en Santo Domingo). En esta tesitura, son los enemigos de España los que escriben la historia. Es por esto por lo que el modelo racial que impera o se entiende como “correcto” para algunos (muy cuestionado) es el modelo racial anglosajón (inglés) de Estados Unidos.
Continuará…
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