La India.– Cuando Sadhuram Berwal decidió que había llegado la hora de casarse, buscó novia según la tradición: consultó con parientes, vecinos y sacerdotes para que le sugiriesen candidatas.
Pero no encontró ninguna mujer de su casta. La razón es sencilla: hay más hombres que mujeres en su estado de Haryana, en el norte de la India, donde abundan los abortos cuando el bebé es una mujer pues se prefiere a los varones por razones más que nada económicas.
A través de un amigo, Berwall finalmente encontró una mujer a 2.700 kilómetros (1.700 millas) de distancia, en el estado de Kerala, dispuesta a casarse con él.
Fue una relación dura para ella, que hablaba un idioma y tenía costumbres muy diferentes a las de su marido. Su decisión de hace más de diez años estremeció a su pueblo, Sorkhi, pero es cada vez más común en el norte de la India, donde la escasez de mujeres es particularmente notable.
En Sorkhi, los búfalos se pasean por calles de tierra y beben agua en un enorme estanque. Las mujeres se transportan en lentas carretas tiradas por bueyes, cargadas de césped y otros alimentos para el ganado.
La vida no parece cambiar en Sorkhi, un pueblo de 7.000 habitantes, a pesar de que se encuentra a escasos 150 kilómetros (95 millas) al oeste de Nueva Delhi.
Lo que sí cambia es la cantidad de mujeres, según Om Prakash, maestro de escuela jubilado y anciano muy influyente en el pueblo.
“Tan solo en Sorkhi hay unos 200 a 250 jóvenes que quieren casarse pero no lo hacen porque no pueden encontrar novias”, expresó Prakash.
En la India se prohibieron los análisis para determinar el sexo de un bebé en 1994 porque las mujeres se hacían abortos si el feto era femenino.
También es ilegal que los médicos hagan sonogramas para revelar el sexo del bebé antes de nacer, pero se los sigue realizando en forma clandestina.
En Haryana, el estado donde el desequilibrio entre hombres y mujeres es más acentuado, hay 834 niñas por cada 1.000 varones de menos de seis años, comparado con 919 por 1.000 a nivel nacional.
Se prefiere a los varones por la carga económica que representan las niñas con sus dotes, que a veces incluyen neveras o motocicletas, además de grandes sumas de dinero y oro.
La ley prohíbe las dotes, pero la tradición sigue viva. Otro factor que hace que las niñas no sean tan bien vistas es que es más probable que se vayan de su pueblo después de casarse y que no puedan cuidar de sus padres cuando sean ancianos.
A raíz del desequilibrio, las familias de las mujeres jóvenes de Berwal se han tornado más selectivas. Antes las familias con mujeres en edad de casarse buscaban maridos y los tentaban con grandes dotes.
Ahora ocurre al revés. Son las familias de las mujeres las que se tornan selectivas. Quieren saber cuántas tierras tiene el novio, si trabaja para el gobierno y si la hija llevará una vida cómoda”, expresó Virender Berwal mientras fumaba lentamente su pipa narguile.
La llegada de la esposa de Berwall marcó el inicio de una tendencia en la que los hombres del lugar buscan esposas en Kersala y otros estados como Bihar y West Bengal, hacia el este.
Varias mujeres de Kerala que aceptaron casarse con hombres de Haryana dijeron a la Associated Press que lo hicieron en parte para no tener que pagar costosas dotes.
Las familias de los novios se hicieron cargo de todos los gastos y no aceptaron dotes. Activistas dicen que otra consecuencia de la escasez de mujeres en estados del norte de la India como Punjab y Hayana es que el tráfico de personas se ha tornado en un negocio lucrativo.
Hay bandas especializadas en reclutar mujeres a las que les prometen trabajos o maridos, que las venden a intermediarios de Haryana.
“Esto ocurre en gran escala”, aseguró Jagmati Sangwan, secretario general de la Asociación de Mujeres Democráticas de la India.
La Oficina Nacional de Estadísticas Delictivas señala que casi 25.000 mujeres de 15 a 30 años fueron secuestradas y vendidas a sus maridos en todo el país en el 2013.
Las mujeres que se van a Haryana para casarse, especialmente las del sur, una región más rica, tienen una dura adaptación.
Cuando la mujer de Sadhuram Berwal, Anita, llegó a Sorkhi a los 28 años, solo hablaba su lengua nativa, el malayalam, apenas unas palabras de hindú y nada del dialecto local.
Su marido, un camionero de 35 años, se ausentaba la mitad del mes, por lo que los primeros meses los pasó muy sola y se hicieron insoportables, según relató.
Sus vecinas fueron amables y le enseñaron unas pocas palabras básicas, como escoba y cocina. “Cuando llegué, este lugar no me gustó.
No podía salir ni contactarme con nadie”, relató Anita. “Ahora hablo bien el haryanvi, casi tan bien como los de aquí.
Nadie puede creer que soy de Kerala”, comentó mientras les servía el almuerzo a sus dos hijos y a su anciano suegro, que vive con ellos.
Su vecina Sreeja Berwal, que tiene el mismo apellido pero no es pariente de ella, aceptó casarse con un hombre de haryana por razones económicas.
Su padre perdió la vista a raíz de una enfermedad y se quedó sin trabajo. “Éramos cuatro hermanas. ¿Qué podía hacer mi pobre madre?
El estigma de tener cuatro hijas solteras era demasiado. Cuando llegó la oferta de la familia de Birbal, mi madre dijo que yo había tenido suerte”, señaló, aludiendo a su marido.
Cuando se casaron, se habían visto solo por fotos. Eso es muy común en la India, aunque no el hecho de que se casen dos personas de sitios tan lejanos.
“Sus tíos hablaron con mi madre por teléfono. Vinieron a Kerala para conocerme a mí y a mi familia”, contó ella. “A los pocos días, estaba casada y me vine aquí”.
Sreeja es una mujer educada y consiguió trabajo en un banco agrícola. Pero tuvo que adaptarse a las costumbres locales, como cubrirse la cabeza en público.
“En Kerala, solo las mujeres musulmanas se cubren el rostro”, manifestó. En el banco, no obstante, es una trabajadora más, profesional y emprendedora, con la cabeza descubierta.