¡Esas sillas de ruedas!

¡Esas sillas de ruedas!

<P>¡Esas sillas de ruedas!</P>

Amar al prójimo es un mandamiento divino. Pero ello no quiere decir que tengamos que tolerar, en nombre de ese amor, todo tipo de indisciplina y desafío que pongan en peligro la seguridad y hasta la vida de otra persona, incluyendo la del mismo prójimo al que queremos demostrarle solidaridad.

Con esta introducción quiero referirme al triste espectáculo que muchos automovilistas de esta capital vemos y padecemos a diario en las más transitadas intersecciones de calles y avenidas, protagonizado por mendigos, mutilados, niños e inválidos en sillas de ruedas, que temerariamente se escurren entre carros, camiones y motociclistas para obtener alguna miserable limosna.

Agréguesele a este cuadro el molestoso trajinar de los vendedores ambulantes y de los “limpiadores” de parabrisas que se han hecho dueños absolutos de las esquinas semaforizadas.

Que no se me diga que tengo el corazón de piedra. Mucho me conmueve el drama de esos pobres que tienen que acudir a la caridad pública para sobrevivir.

La solución de sus problemas no debe ser, sin embargo, abandonarlos a su suerte con el riesgo de ser arrollados por un vehículo o de ocasionar un accidente automovilístico de consecuencias impredecibles. De ninguna manera es una solución aceptable.

Es al Estado al que corresponde, en verdad, proveer de medios de subsistencia a esos pobres pordioseros desheredados de la fortuna.

Como también le corresponde al Estado imponer las sanciones correspondientes a los vendedores radicados en esas esquinas (que son hombres sanos y fuertes), por entorpecer la libre circulación de vehículos.

¿Tarea de la Amet? ¿De la Policía Nacional? ¿De la Secretaría de Salud Pública y Asistencia Social? No lo sé. A quien le quede bien el traje, que se lo ponga.



El Día

Periódico independiente.

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