¿Es Ucrania la guerra de Europa ahora?
El viernes, después de que un sombrío Volodimir Zelensky abandonara la Casa Blanca, el presidente Trump escribió en las redes sociales que el líder ucraniano podría “volver cuando esté listo para la Paz”.
Paz es una palabra poderosa, pero para comprender su verdadero significado hay que fijarse en el contexto en el que se pronuncia. El mismo día que Trump hablaba de la importancia de la paz y enviaba a Zelensky a casa a reflexionar sobre ello, Rusia lanzaba más de 150 aviones no tripulados de ataque sobre ciudades ucranianas.
Mientras que Trump hace hincapié en que está haciendo grandes progresos con el presidente Vladimir Putin de Rusia hacia la paz, este último no ha hecho más que aumentar sus ataques desde la toma de posesión.
El domingo, los líderes europeos, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, se reunieron en Londres invitados por Keir Starmer, el primer ministro británico, y se comprometieron a reforzar el apoyo a Ucrania y a desarrollar un plan para poner fin a la guerra que podría ganarse el apoyo de Trump.
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Los europeos entienden, como no parece entenderlo la administración Trump, que Ucrania quiere un acuerdo de paz, sólo que no quiere acabar destruida por los términos de la paz. La obsesión de Putin es toda Ucrania, nada menos. No es ni la OTAN ni una franja de tierra ucraniana. Si Ucrania sigue siendo independiente y armada al final de las negociaciones, Putin no lo considerará el final. Se conformará con un trozo de Ucrania hoy para venir a por toda mañana.
Si se tratara de la OTAN, Putin no habría aceptado tan dócilmente la adhesión de Suecia y Finlandia en 2023. Hoy, la frontera de la OTAN está más cerca de San Petersburgo que la frontera de Ucrania de Moscú.
Tampoco se trata de retener el aproximadamente 20% del territorio que Rusia ha conseguido arrebatar a Ucrania hasta ahora en esta guerra. Putin no puede tolerar una Ucrania independiente porque durante los últimos 300 años casi ninguno de sus predecesores pudo hacerlo. Y porque si Ucrania tiene éxito como democracia occidental, supondrá una amenaza directa para que el pueblo ruso acepte el modelo autocrático de Putin.
Trump ha hecho de un alto el fuego en Ucrania algo demasiado central en su política exterior como para no tener éxito. No puede dejar de llegar a un acuerdo y, desde luego, no puede permitir que Ucrania se convierta en lo que Afganistán fue para el presidente Biden, un fracaso en política exterior que definió el resto de su presidencia.
Atrapado por su propia ambición, Trump ansía un éxito rápido, de ahí el ataque de la semana pasada contra Zelensky, cuya insistencia en unas condiciones aceptables para Ucrania parece interponerse en su camino. Putin lo entiende. Por lo tanto, puede ceder a un alto el fuego para obtener los máximos beneficios ofrecidos por Trump, pero no cederá en abandonar su objetivo estratégico de destruir Ucrania. Sin garantías de seguridad, la guerra volverá a empezar en algún momento.
Los acontecimientos del viernes fueron la formalización de una nueva realidad que se ha ido haciendo evidente desde hace varias semanas: puede que Estados Unidos siga intentando liderar el mundo, pero es un mundo diferente. Y si hubo algún resquicio de esperanza en la escena de Trump y el vicepresidente JD Vance reprendiendo al señor Zelensky en el Despacho Oval, fue la onda expansiva que envió a toda Europa.
Los líderes europeos que habían escuchado las palabras de advertencia de Vance en Múnich en febrero ya comprendieron que no podían limitarse a esperar a Trump como hicieron durante su primer mandato. Los que aún lo dudaban seguramente se convencieron con la actuación del viernes.
Europa ya ha dado pasos importantes y promete dar más: cumbres, llamadas telefónicas, proyectos de decisión sobre un aumento del gasto en defensa y anuncios de ayuda a Ucrania se suceden ahora a un ritmo vertiginoso. Por bienvenidos que sean estos avances, no responden a la pregunta más fundamental sobre el futuro de Ucrania y del resto de Europa: ¿Cuándo? ¿Cuándo se convertirán estas ideas en decisiones concretas?
La influencia de Trump sobre Ucrania son las armas y el dinero, que Ucrania necesita para sostener su lucha por la supervivencia y mantener la estabilidad económica. Europa podría arrebatarle las cartas de las manos al presidente con dos movimientos: ofrecer un acuerdo alternativo sobre los minerales de Ucrania y confiscar los activos congelados rusos para utilizarlos para financiar la producción y compra de armas, incluso a Estados Unidos, si así lo desean. La Unión Europea, Gran Bretaña y Noruega no podrían sustituir totalmente a Estados Unidos como partidarios de Ucrania, pero estas medidas pragmáticas elevarían instantáneamente el papel de Europa y darían a Ucrania el respiro que necesita.
En 1918, la Rusia bolchevique firmó un tratado con Alemania por el que se comprometía a reconocer la independencia de Ucrania, retirar sus fuerzas y cesar la propaganda en territorio ucraniano. Al mismo tiempo, Kiev firmó un acuerdo con Alemania para intercambiar vastos recursos naturales -principalmente grano y carne- a cambio de la presencia alemana sobre el terreno para proteger su independencia. Al cabo de un año, el acuerdo se vino abajo. Alemania se retiró, el Ejército Rojo ruso entró y el Estado de Ucrania dejó de existir. Tuvieron que pasar 104 años desde entonces hasta la invasión rusa de 2022 para que Europa reconociera por fin que Ucrania le pertenece poniéndola en la vía del proceso de adhesión a la UE.
Moscú nunca cambia realmente, pero Europa podría hacerlo.
Dmytro Kuleba fue ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania de 2020 a 2024. Es investigador principal en el Harvard Belfer Center.
Fuente: Infobae
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