Por César Aybar
Me trae a reflexión estas líneas que he leído y meditado del libro de Eclesiástico (22:23):”Gana la confianza de tu prójimo en la pobreza, para que, en su prosperidad, con él te satisfagas; en tiempo de tribulación permanece con él, para que cuando herede con él lo compartas.”
Este verso me lleva a la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16: 19), pues el rico en ésta parábola, ignora y humilla al pobre, pero después que el pobre pasa a ser rico y el rico pobre, entonces éste rico que ahora es pobre, no puede compartir esa riqueza con el pobre que ahora es rico, y esto es independiente del deseo de ambos.
Lo que quiero decir es que este verso del sabio no hace referencia necesariamente a esta vida, sino, y con mucha seguridad, a la otra vida.
Pues así, el rico Epulón se sentía agraciado y merecedor de su fortuna, daba banquetes todos los días en su casa, derrochaba sus bienes y se divertía sin límites, mientras a la puerta de su casa yacía un pobre que ni siquiera caminar podía.
Cada día cuando el rico pasaba a su lado, el pobre imploraba caridad y recibía burla y desprecio de parte del rico. Pero resulta que todo lo que pasa en esta tierra tiene un sentido y una razón que no se llegan a comprender, sino hasta que llegue el momento de partir, el momento de la muerte.
Cuando ambos ya habían muerto, el pobre recibe una enorme herencia, una riqueza más grande que la que cualquiera podría imaginar en este mundo, mientras que el rico recibe de herencia la pobreza y el martirio más grande que se pueda imaginar en esta dimensión y en esta tierra, el antiguo rico pide clemencia.
Pero es tarde ya, así como él le negó todo al pobre estando en «vida», así le fue negado al rico, después de dejar este mundo y pasar a la eternidad, y esto pasa independientemente de los deseos que pueda tener el antiguo pobre de ser clemente con el antiguo rico de recibir clemencia.
Esta es la enseñanza: Lo que recibes en esta vida, no lo recibes porque lo merezca, es por gracia, y esta gracia tiene una razón salvífica que no comprenderás hasta que mueras.
Por tanto, no te sientas merecedor de los bienes y riqueza que se te ha permitido tener, más bien, agradece al Padre que te lo ha dado todo y sé misericordioso, comprensivo y amable con quien se le ha negado bienestar en este mundo o con quien la desgracia le ha arruinado.
Si has recibido dones y oportunidades en ésta vida, y exhibes las riquezas que tienes, y la disfruta como si la recibieras porque la mereces, y piensas que estas siendo favorecido porque eres mejor que los demás, vas por mal camino.
Es esa precisamente la nueva forma de pensamiento que han querido inculcar las sociedades modernas: Lo que tengo es porque lo merezco y me lo he ganado. Este tipo de pensamiento e ideología lleva necesariamente a un individualismo cruel justificado por la aparente autosuficiencia de aquellos que nunca se preguntan por qué a ellos sí y a otros no.
Aunque no queramos, esa visión repercute en la salud de la sociedad, porque esa forma de actuar forja en las personas un pensamiento no trascendente, llevándolos a vivir una vida de corta visión, enmarcada dentro de un mundo material y finito, en el cual debe de sobrevivir el más fuerte y el que más posibilidades tiene.
Es decir, las personas viven para morir, y cuando se tiene esa visión de vida, los valores sucumben, lo mismo que la solidaridad, no digo yo la caridad, que es la forma de expresión del amor. Se vive una carrera por tener y estar mejor que el otro, disfrutar al máximo, sin importar las consecuencias. Se instaura una forma de hedonismo moderno.
Es así como hoy, dentro de un aparente pacifismo promovido por el mundo moderno, subyace una violencia individual reprimida que siempre termina en tragedia, cómo se ha visto en los últimos tiempos en los países desarrollados.
También suele predominar una carencia de sentido de la vida, cuando las personas han llegado a tener cuantas cosas materiales han querido, pero se sienten vacíos, concluyen en el suicidio. Solamente por mencionar algunos de los fenómenos que se producen en nuestras sociedades.
¡Es necesario despertar! Es lógico pensar que un ser tan perfecto, tan completo, tan complejo, tan inteligente, emotivo, espiritual, con sentimientos y capacidad de darse cuenta que existe, haya sido creado para morir, eso sería un sinsentido.
Por eso creo que fuimos creados con un propósito, a imagen y semejanza del Creador, dotados para amar y ser felices, vencer la muerte y ser eternos. Si Dios es amor, nosotros también somos amor, dejemos que ese Amor se manifieste en nosotros y, a través de nosotros, en la sociedad (El autor es investigador y empresario agroindustrial).