Conforme se agotan, o envejecen, los asuntos que por alguna razón se han instalado desde los días finales del año pasado en la atención de la gente, la vuelta a los altos precios como tema de conversación parece inevitable.
De esto se ha hablado bastante, particularmente de las causas y su origen, así que la insistencia tiene, en el fondo, un sentido que no puede ser ignorado: es un hecho verdaderamente importante.
Y llama la atención de que a la hora de enfocarlo, como ha ocurrido en otros tiempos de inflación, sólo se piense en los economistas.
Los efectos de las escaladas de los precios suelen sentirse primero en el bolsillo, es cierto, pero no pasa mucho tiempo sin que tengan repercusiones en el ámbito social y de allí, en caso de imposibilidad o incapacidad para enfrentarla con éxito, a la política.
Cualquiera acostumbrado a seguirlos en sus enfoques puede darse cuenta de que estos profesionales son muy técnicos.
Lo primero que se les ocurre es restringir la circulación del dinero, posiblemente con razón, pero cuando esto ocurre tras un período de relativa abundancia, como diciembre, el resentimiento de la gente tiende a convertirse en irritación.
Pero también la administración pública suele andar corta de recursos en la “cuesta de enero”, como se le conoce de manera común, por la misma razón que a la gente le falta el dinero y se queja de todo.
La atención, el enfoque —para plantearlo a tono con lo dicho hasta este punto—, debe incluir también a siquiatras, sociólogos y politólogos, como una manera de contar con una visión más abarcadora y empática con la sensibilidad de la población, que tal vez mira hacia atrás y ve la abundancia de diciembre como un derecho, no como una circunstancia pasajera.