Es hora de enfrentar el crimen

Es hora de enfrentar el crimen

Es hora de enfrentar el crimen

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Con la profunda reforma policial que acaba de ejecutarse, el presidente Abinader reasume las ejecutorias que el pueblo dominicano esperaba de su gobierno y de él mismo a fin de extirpar de una vez y por todas un cáncer que, desde hace tiempo ha estado minando de manera sistemática el cuerpo social.

Erradicar la monstruosa corrupción enraizada en el ‘cuerpo del orden’ (?) se transformó en uno de los más caros anhelos y una de las más decisivas aspiraciones de la ciudadanía decente que integra la gran mayoría del pueblo dominicano.

Es rigurosamente cierto que dicha ‘institución’ no ha estado cumpliendo ni siquiera de forma mínima los propósitos para los cuales fue creada. Incluso, más que enfrentar el delito, la Policía ha estado operando como una prolongación del inconcebible desorden institucional y delincuencial que padecemos desde hace décadas.

Expulsar gran parte del personal comprometido con las peores manifestaciones antisociales y modificar una estructura proclive a la ilegalidad y el crimen es, en su medida, el inicio de una cruzada decisiva contra una conducta que ha estado minando progresivamente las bases y la convivencia de toda la sociedad dominicana.

Conjuntamente con la instauración de un Ministerio Público insobornable, el Ejecutivo ha dado una singular muestra de valentía, de decisión, de honorabilidad en un ámbito complicado y peligroso.

Ejecutar una profunda labor de profilaxis en una institución todopoderosa, puesta al servicio de los peores intereses, requiere de una capacidad de decisión y una fortaleza moral con muy pocos antecedentes en nuestra historia.

Es preciso que se implementen las disposiciones necesarias para impedir que la institución policial recaiga en la situación de ilegalidad precedente. La supervisión y el control riguroso de la institución, su seguimiento minucioso y firme se hacen imprescindibles porque la verdad definitiva es que República Dominicana transita en estos momentos por una situación anímica deprimente y desconcertante.

La situación moral del pueblo dominicano se encuentra en uno de los niveles más bajos de toda su historia. Insistimos que, desde hace décadas, el país ha ido deslizándose sutilmente por un abismo de degradación en todos los órdenes, y si queremos y aspiramos salvar la patria es imprescindible que se adopten medidas enérgicas para sanear y salvar las instituciones y la sociedad en su conjunto como acaba de hacerse con la institución policial.

A consecuencia del manejo histórico de la cosa pública, el apetito por posiciones y dinero sin que importe su procedencia, mantiene en un estado de postración y descomposición a la sociedad, a las instituciones y al pueblo.
El papel de la Policía es proceder con mano dura contra el crimen y el delito y proteger y cuidar al ciudadano. Lo repito: con mano dura y sin ninguna consideración contra los violadores de la ley.

Se trata de limpiar a fondo una sociedad dañada por un concierto de componendas en las que no están ausentes la politiquería, el poder del dinero, la droga, y, por supuesto, funcionarios públicos y gente poderosa que no vacila en apandillarse para extender y propiciar redes de corrupción para seguir enriqueciéndose ilimitadamente.