El apagón nacional que vivimos esta semana no solo dejó al país a oscuras; también iluminó una verdad incómoda: estamos más acostumbrados a improvisar que a prepararnos. Mientras la luz desaparecía en casas, calles, negocios y hasta en instituciones clave, muchos sentimos ese golpe silencioso que nos recordó algo que siempre supimos… pero que preferimos ignorar.
De un minuto a otro, las conversaciones cambiaron. El tráfico, la lluvia, los préstamos, las discusiones del Congreso, las diatribas entre partidos y hasta el eterno calor quedaron en pausa. De repente, todos parecíamos parte de la misma familia —o mejor dicho, del mismo apagón— buscando velas, cargando el celular en el carro y preguntándonos: “¿Ya volvió?” o “¿Todavía está todo oscuro allá?”.
El país entero respiraba igual: sin energía. Y aunque entre la incomodidad surgieron risas, memes y el ingenio dominicano que nunca falla, este apagón también dejó una enseñanza clara: necesitamos planificarnos mejor. No se trata solo de tener una planta o un inversor (aunque tampoco estaría mal). Hablamos de mentalidad. De soltar ese hábito nacional de poner candado después que nos roban, de reaccionar solo cuando el problema ya llegó. ¿Y si empezamos a prepararnos antes?
Esta oscuridad colectiva nos recordó lo frágiles que podemos ser cuando no estamos listos. Pero también mostró lo resistentes y creativos que somos. Porque sí, nos afectó… pero también nos hizo pensar. ¿Qué tan preparados estamos para los apagones inesperados de la vida? No solo los eléctricos: los emocionales, los financieros, los familiares. Esos que llegan de repente y te apagan el ánimo, el bolsillo o la seguridad.
¿Tenemos respaldo? ¿Un plan B real? ¿O seguimos confiando en que “todo se resolverá solo” mientras hacemos muy poco por anticiparnos? A veces confiamos en la improvisación como si fuera una estrategia, en vez de asumir la responsabilidad de construir estructuras, hábitos y decisiones que nos sostengan cuando algo se cae. No se trata de temer a la oscuridad, sino de reconocer qué tan preparados estamos para atravesarla cuando llegue.
La buena noticia es que siempre hay tiempo para mejorar. Que este apagón no quede como una simple anécdota para redes o uno más de nuestra historia, sino como un recordatorio de que organizarse, prever y planificar es también un acto de amor propio… y de responsabilidad colectiva.
Porque, aunque no podamos controlar cuándo se va la luz, sí podemos decidir cómo responder cuando la oscuridad llega.
Y quién sabe… quizás el próximo apagón no nos agarre corriendo. Quizás nos encuentre preparados, tranquilos… y hasta con un buen libro y una linterna a mano.
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Massiel Reyes Lecont
La autora es conferencista y maestra de ceremonias. Posee múltiples maestrías en Manejo de Personal, Relaciones Públicas y actualmente, es doctoranda en Comunicación.