El 2020 marca un antes y un después en la RD. Transformación, todavía en curso, del sistema de partidos. Cambio generacional del electorado y del liderazgo. Surgimiento de la clase media como fuerza política capaz de desafiar al clientelismo, aunque en una desafortunada contraposición entre popis y wawawás.
A corto plazo, la contención del Covid-19 desplomó la demanda de servicios presenciales en la aviación, la cultura, el comercio al detalle, la restauración y el turismo, poniendo a prueba la resiliencia de países pobres y ricos por igual.
El impacto fue aún mayor para los sectores informales, revirtiendo los avances en la lucha contra la desigualdad.
Globalmente, para el Banco Mundial la pobreza extrema creció 14%, anulando lo logrado desde 2015 e impactando la economía a niveles sólo vistos durante la gran depresión.
RD demostró la relevancia de la gobernabilidad para la resiliencia, amortiguando el impacto social de la crisis con ingresos mínimos para los grupos vulnerables, crédito a las empresas afectadas y moratorias en los pagos, medidas que recibieron continuidad luego del cambio de gobierno.
Igualmente, la diversificación y la confianza son claves para la resiliencia económica.
RD cuenta con una oferta exportable diversificada de manufacturas, minerales y agricultura. Esta diversificación, unida al desplome de los precios de los combustibles, compensó parcialmente la severa caída del turismo.
La confianza de los mercados de capitales internacionales se tradujo en un flujo ininterrumpido de financiamiento multilateral, bilateral y privado que permitió estabilizar el tipo de cambio en breve plazo.
Aún así, pocos países estaban preparados para un choque sanitario que aceleró transformaciones de largo plazo como la robotización de las manufacturas, la automatización de los servicios y la deslocalización de las cadenas de suministro.
La crisis pone a prueba la resiliencia sociopolítica de los países.
Los sistemas educativos deberán entrenar personas más creativas y flexibles capacitadas a distancia en vez de presencialmente.
La educación a distancia requerirá inversiones masivas para digitalizar contenidos y transmitirlos universalmente.
Ello no elevará automáticamente la calidad y ni asegurará la equidad educativa. Tampoco resolverá la necesidad de supervisión a nivel inicial y primario.
La salud tendrá que mantener la prioridad justamente recibida durante la pandemia, por la cual se requieren pruebas masivas de contagio, tratamientos todavía experimentales, atención en unidades de cuidados intensivos con insuficiente capacidad, desarrollo en tiempo récord de vacunas y vacunación expedita sin garantía de distribución equitativa entre países.
Por sus efectos sobre las vías respiratorias, el Covid-19 impone demandas adicionales a la calidad del aire. La contaminación está en RD sujeta a estándares permisivos que no se cumplen.
El costo de respirar un aire limpio es menor que el de contener la pandemia, salvando más vidas.
Urge así acelerar la adopción de energías renovables en la electricidad y los transportes para reducir la polución.
Superar los efectos del Covid-19 conlleva en cualquier país confrontar los mismos desafíos. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible adoptados en la ONU en 2015 son el punto de partida de las respuestas comunes requeridas. Si la pandemia acelerara su ejecución, los duros sacrificios del 2020 no habrán sido en vano.