—Hay niños que nacen entre el amor y la duda.
Así lo confesó la mujer a mi lado. Tiene tres semanas en mi vida. Era una tarde encantadora de playa. Yo sostenía su mano, de manera cálida; y esa frase enigmática se abrió paso en medio de una conversación banal.
El rumor de las olas arropaba sus palabras.
«No comparte una reunión/ mas le gusta la canción que comprometa su pensar». La voz de Pablo Milanés fluye a través de las bocina del bar. A nadie entre los contados clientes le importaba Milanés en ese momento.
—Así nació Noelia, mi primera hija.
Yo la miro fijamente. Con esa frase la pátina de lo banal se borró de sus labios.
Tiene tres hijos.
Entendió el acento de interés que puse en la mirada.
—No sé qué ocurrió conmigo. Ya Noelia era una niña de cuatro años y tres meses cumplidos cuando noté que me crecía de nuevo el vientre.
En ese momento tomo la caja de cigarrillos que está en la mesa, al lado de mi trago de agua tónica con hielo y limón.
—Tenía un fuerte dolor de cabeza cuando ingresé al quirófano. Ya estaba con labores de parto. Y con ese dolor y la criatura en brazos, regresé a mitad de semana a la casa. Ese dolor no desapareció jamás. Aprendí a vivir con él, destruyéndome, latiendo dentro de mi cabeza como un segundo corazón. Un día, sin darme cuenta, llegó el tercer embarazo, y… —hace un silencio abrupto y yo me tomo ese tiempo para pensar. «Nunca me imaginé que la jaqueca era compatible con un embarazo»; y agregó—: no salí de la cama durante nueve meses.
—¿Y nació varón? —dije, sin decidirme a fumar.
—Sí, varón. Igual que el segundo.
—¿Entre el amor y la duda?
—No. Amor ya no había dentro de mí. Solo dudas. Nacieron así. Son hijos de un hombre que no amaba, concebidos entre los azares de la molicie y la rutina. Y llegaron a este mundo sin darme cuenta de que nacieron atrapados… Vivía con la frente embadurnada de ungüentos. No tenía sosiego emocional. No había forma de que el desamor y los avatares de cada día me dejaran en paz.
Ella toma un sorbo de su trago. Un mojito, que ordenó sin alcohol.
—¿Y duele mucho arrastrar ese pasado?
Miro la caja y saco el cigarrillo con un interés inusual; hago pantalla con la mano, le doy fuego, inhalo y de inmediato suelto una bocanada de humo, despacio.
—Duele. Todavía vivo con esa marca.
Ella me mira fijamente. (Mírame; sí. Piénsame con tu mirada. Soy yo, Francisco. El nombre no faltó en tus labios, durante nuestra primera cita. Te amo y me amas. Amor para siempre o amor de temporada, ¿qué importa?) «No es perfecta mas se acerca a lo que yo/ simplemente soñé…» Y los dos nos quedamos en silencio, como si fuéramos parte de la nada. Atrapados entre el humo de mi cigarrillo y el rumor del mar.