No debe ser difícil elegir entre el disfrute de una epicúrea playa tropical y el sofocante calor de una oscura cueva habitada por escorpiones y culebras venenosas.
Teniendo ante sí la posibilidad de llevar una vida muelle, como hija de papi y mami de una familia sin problemas económicos, Kathleen Martínez optó por irse a Egipto a bregar con momias, sepulcros milenarios, culebras y alimañas del inhóspito desierto.
En EL DÍA de ayer publicamos un amplio reportaje sobre la hazaña de esta valiente y tozuda dominicana que, en su rol de arqueóloga, es reconocida internacionalmente como uno de los más serios investigadores de las tumbas y monumentos del Antiguo Egipto.
Pero además de dicha publicación, he querido testimoniarle aquí mi admiración personal y mi respeto, así como desearle nuevos éxitos en el difícil y peligroso oficio que ha elegido.
Aunque la meta perseguida por Kathleen con más ahínco es localizar y encontrar la tumba de la última reina egipcia, Cleopatra, son ya suficientes los logros alcanzados por ella en los años que ha dedicado a sus investigaciones.
El país está en deuda con ella. A través de estas simples líneas vaya un pequeño adelanto de todo ese reconocimiento nacional con el que, sin duda alguna, será merecidamente distinguida.