Enfrentar a los irresponsables

Enfrentar a los irresponsables

Enfrentar a los irresponsables

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Puede que se trate de una profunda amargura, o de una devastadora tristeza. O quizás sea el desconcierto, la sensación frustrante de las limitaciones o la incapacidad personal de proceder ante una compleja situación que parece superarnos.

Lo cierto es que no he dejado de pensar en ese video en el que un taxista es atacado brutalmente por varias mujeres que, tras abordar su vehículo, trataron primero de cegarlo rociándole a los ojos una sustancia ácida y luego infiriéndole a ese desdichado hombre de trabajo numerosas puñaladas.

En el video se ve a distancia que se trata de un infeliz, de un pobre hombre que salió a las calles a buscar el dinero para el sostén de su familia.

Al percatarse de la clase de personas de que se trata, se le nota asustado, tembloroso. Se le revela en los gestos la sorpresa y el temor al escuchar el diálogo descompuesto y perverso de las pasajeras.
Tras rociarle la sustancia cegadora lo apuñalan y, desconcertado, abre la puerta del vehículo y se lanza a la calle. Las mujeres huyen y poco después suben un video a las redes riéndose y burlándose de su víctima.

Al ser detenidas por las autoridades de inmediato alegaron que el chofer “¡trató de violarlas!” Dios mío…El auto de un conductor al servicio de la Procuraduría General de la Republica, fue encontrado incinerado en el Barrio Lindo de Santiago.

Su propietario, Leonardo Antonio reyes, “murió baleado en un asalto en Cienfuegos Santiago Oeste.
Este caso, como muchos otros de los cuales estamos siendo testigos, obliga a asumir medidas de verdad radicales para ponerle un freno a la descomposición y al crimen.

El pasado fin de semana, diez personas fueron asesinadas en Santiago. Se ha advertido de una nueva clase de delitos: delincuentes que trepan a edificios de numerosos pisos, penetran por las ventanas, y roban y violan a sus propietarios. La ola de criminalidad y de asaltos en plena vía pública cuando no en los mismos hogares y negocios mantiene en estado de zozobra a la familia dominicana.

Cada día se reportan nuevos casos y la respuesta que se recibe es que, por el momento, no hay manera de hacerle frente a este desbordamiento del delito y de la violencia. Si no la hay, es preciso buscarla con urgencia.
Los números de una delincuencia que no duerme crecen y la pregunta obligada es qué es lo que ocurre.

Es preciso buscar alternativas de solución y adoptar medidas radicales, bien duras y fuertes, ante una situación en la que los antisociales parecen llevar la voz cantante. Insisto en que las mujeres y los hombres fieles al presidente Abinader deben hacer cuanto esfuerzos, sugerencias y acciones estén a su alcance, organizarse y crear un frente junto a las personas honorables y preocupadas para enfrentar este estado de cosas definitivamente intolerable.
Quien analiza y revisa la historia de los últimos cincuenta años de la República Dominicana puede que derive las causas y orígenes de este estado de descomposición. Desde el 1961 hasta la fecha y con sus excepciones, el pueblo dominicano ha visto acumularse sobre sus hombros una frustración tras otra.

Si observamos con alarma este estado de cosas, peor aún ha sido la conducta de los responsables de la denominada “cosa pública”.
Con contadas excepciones hemos carecido de un ejercicio de gobierno verdaderamente interesado y preocupado por enfrentar los problemas y las graves situaciones que provocan situaciones cada vez más amargas, frustratorias y desconcertantes.

Por esa razón siempre medité en la necesidad de apoyar a un hombre serio, decente, verdaderamente interesado en enfrentar de una vez y por todas las graves deficiencias de nuestra pálida y escuálida organización democrática.

Los partidos políticos, insisto que, con sus contadas excepciones, han sido organizaciones exclusivamente preocupadas por el bienestar de su dirigencia y sus miembros. Mientras la descomposición, la delincuencia, la pobreza y la desatención a las necesidades del pueblo crecían incontrolables, nuestra clase política se daba el lujo de vivir a cuerpo de rey, acumulando fortunas y sirviéndose hasta el hartazgo de los recursos públicos. La desatención, la irresponsabilidad, los apetitos desaforados han arrastrado al país a los niveles de descomposición y delincuencia que todos sufrimos ahora.