¿En qué selva vivimos?

¿En qué selva vivimos?

¿En qué selva vivimos?

Rafael Chaljub Mejìa

En su incesante lucha por la salud pública y la seguridad social, el licenciado Arismendi Díaz Santana comenta en un artículo reciente, la condena de diez millones de pesos que se le impuso a la Clínica Doctor Perozo, de Higüey, por negarle asistencia médica y dejar morir al joven de 17 años Nahím Contreras Aristy, que había llegado accidentado, con lesiones de alta gravedad y de madrugada, pero no pudo depositar previamente los 23 mil pesos que le exigían como condición para atenderlo.

El joven se desangraba a la vista del personal médico y a la conciencia del dueño del negocio, sin que nadie le cortara la hemorragia, hasta que por ella se le fue la vida.

En violación grosera de la ley que obliga a todo centro médico a prestar las atenciones indispensables a todo paciente que la requiera.

En transgresión salvaje a la ética profesional de aquel que estudió medicina y al momento de la graduación juró solemnemente poner la salud del paciente y el salvamento de la vida humana por encima de todo, del afán de lucro, de la ambición del dinero, del deseo inmoderado de enriquecerse con la venta de la atención médica.

Lo cierto es que estamos llegando a extremos inadmisibles, y uno se ve obligado a preguntar: ¿En qué selva es que estamos viviendo? Esto del manejo de la medicina y la salud pública como una más de las mercancías del capitalismo, ya raya en lo inhumano.

La crisis y el deterioro nunca solucionado de los hospitales públicos empuja a la gente a los centros privados y miren ustedes como andan las cosas hasta el punto de que en algunos casos secuestran a los enfermos hasta que salden los costos del internamiento y según se ha denunciado más de una vez, secuestran los cadáveres hasta que los dolientes del difunto paguen el rescate correspondiente.

Vaya el saludo al tribunal que dictó esa sentencia. Ojalá sirva de lección y algunos médicos y algunos empresarios del negocio de la salud, entren en razón y se moderen.

Y que las organizaciones sociales, políticas, de derechos humanos y similares, hagan conciencia de que la lucha contra atrocidades como la que mató al desafortunado Nahím, es un aspecto importante de su trabajo. Gracias, compañero Arismendi por hacerse eco de este caso y por darme motivo para sumarme a la denuncia y protestar con toda indignación.



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