La verdad definitiva es que, desde hace varias horas, me embarga una tristeza profunda. La noticia, que empezó a circular el sábado en horas de la tarde, informaba sobre la muerte de Frank Hans Dannenberg, quien se desempeñaba como embajador de República Dominicana en Canadá. Previamente había sido representante del país en India y Moscú y era concurrente en numerosos países.
Quienes conocieron a Hans deben sentirse abatidos: esa oscura sensación que se sufre cuando uno es estremecido por una pérdida irreparable.
Conocí a Hans en los cursos preparativos para los nuevos diplomáticos, tres años atrás.
Hans invitó a varios de los nuevos diplomáticos a un almuerzo, con el propósito de empaparlos de sus experiencias en el servicio, a fin de que éstas les fueran útiles en su desempeño.
Los datos que poseo sobre sus vivencias son fragmentarios. Creo que Hans se desempeñó en una línea aérea que viajaba, entre otros países, a Cuba e India. Empezó a interesarse por los vínculos entre nuestro país y otras naciones distantes y logró desarrollar unas relaciones comerciales y de amistad definitivamente notables.
Recuerdo que en algún momento nos contó sobre las dificultades propias del oficio, la diversidad de las costumbres, la complejidad del idioma, las dificultades burocráticas existentes en todas partes y la forma en que fue solucionándolas.
No tengo los datos a mano, pero tengo entendido que Hans logró establecer múltiples relaciones comerciales a un nivel bastante apreciable venciendo mayúsculos obstáculos y dificultades de toda naturaleza.
Pese a ser una persona muy decidida en el logro de sus propósitos, era amable y amistoso. No tenía reparos en ilustrar a los nuevos embajadores a quienes exponía sus experiencias con lujo de detalles.
Hans se desempeñó por varios años como embajador en Moscú y era concurrente o representante de República Dominicana en numerosos países euroasiáticos. Fue en esos entonces, quizás un par de años atrás, cuando fuimos informados de que había enfermado de un quebranto muy serio.
Creo que vino a República Dominicana en búsqueda de información, orientación y tratamiento. Tengo entendido que la esposa del presidente Abinader, doña Raquel Arbaje, se mostró muy preocupada por la situación de Hans y decidió tomar en sus manos el problema dedicándose a procurarle los mejores servicios disponibles.
Gracias a esas gestiones, Hans logró mejorar bastante. De todas maneras, la enfermedad no había cedido en su totalidad y posteriormente Hans siguió agravándose. En esas circunstancias, fue trasladado a Canadá por las autoridades, de seguro en búsqueda de mayores facilidades para tratarse del mal que lo aquejaba.
Los esfuerzos fueron infructuosos. En mi memoria veo a Hans rodeado por su esposa y sus hijos. Era una familia hermosa. Hans, siempre sonriente y amable, pese al mal que lo consumía. Lo llamé en numerosas ocasiones para preguntarle cómo iba la salud y sus respuestas siempre eran esperanzadoras.
Recuerdo que se presentaba en las reuniones diplomáticas virtuales haciendo un esfuerzo extraordinario. Siempre fue riguroso en el cumplimiento de su deber. Era una persona de gran educación y singular calidad humana, que nos será imposible olvidar.
Adiós, querido amigo Hans. Nunca te olvidaremos.