Nada tiene que ver el título conmigo, sino con las medidas anunciadas por la Comisión Europea para reducir en 55 % las emisiones de gases que causan el efecto invernadero de aquí al 2035.
Se avecina una batalla con sus 27 estados miembros, sin cuya aprobación unánime nada podrá ejecutarse, debiendo luego ratificarse en el Parlamento Europeo.
Las empresas saben que el cambio es inevitable. Todas preferirían postergarlo para 2050. La realidad es que el mundo no aguanta ya más emisiones.
De seguir las cosas como van, subirá el nivel del mar dejándonos sin playas y seguirán los incendios forestales y las muertes evitables por exceso de calor.
Los veranos coreanos, normalmente cálidos y húmedos, son ya recuerdos gratos, frente a temperaturas de 40°C más propias del golfo pérsico.
Portland (Maine) y Vancouver (Canadá) registran temperaturas extremas sin que las ambiciosas medidas del Presidente Biden conciten de la empresa y la política el consenso que ameritan.
Cabe pues aplaudir el compromiso europeo con los objetivos de la Cumbre de París.
Las medidas propuestas buscan eliminar la gasolina y el gasoil, aplicando impuestos a todos los combustibles contaminantes y exonerando por 10 años al hidrógeno verde.
Para el Comisario Europeo de Economía, Paolo Gentiloni, “la tributación a los combustibles” – adoptada en 2006 – “incentiva la contaminación. Esto hay que cambiarlo”.
Por si fuera poco, las propuestas aplicarán el esquema de intercambio de emisiones –existente desde el acuerdo de Tokio– a todos los transportes e industrias contaminantes.
Tanto aviones, barcos y carros, como cementeras, edificios residenciales y generadoras eléctricas tendrán que pagar por contaminar. Aquellos que no contaminen recibirán créditos que podrán vender a los que sí lo hagan.
La medida más controversial es el mecanismo fronterizo de ajuste carbónico, un arancel a las importaciones de productos obtenidos en condiciones intensivas en emisiones de CO2.
Cobrando la contaminación contenida en los productos –sea europea o importada– las regulaciones comunitarias cierran las brechas a la impunidad de los escépticos. Ponerle precio a la suciedad incentiva la limpieza. ¿Veremos aquí otro ejemplo del “efecto Bruselas”?
La reacción internacional no se hizo esperar. Legisladores demócratas en EE. UU. propusieron un recargo a las importaciones contaminantes. Pero la ausencia de un mercado estadounidense que ponga precio a las emisiones de CO2 podría cuestionar la legitimidad de la medida en la OMC.
La versión europea podría sobrevivir las disputas comerciales mientras sea un ajuste fijado a precios de mercado para encarecer, sin discriminación, a todos los productos fabricados en condiciones contaminantes.
Es claro sin embargo que hay una historia detrás de las emisiones contaminantes a la que algunos han contribuido más que otros. No es justo así medir a todos por el mismo rasero, desconociendo el principio de responsabilidad común pero diferenciada de la Declaración de Río, recogida en 2015 en el acuerdo de París.
Urge pues acometer sin más retraso la descarbonización de la economía dominicana. Existiendo ya tecnologías para ello, será cuestión de decidir dónde se producen al menor costo y poner manos a la obra para adoptarlas masivamente.