
Han transcurrido 102 años de aquel 1923 cuando el economista inglés John M. Keynes publicaba la célebre expresión de que “En el largo plazo todos estaremos muertos”.
Esta conocida oración surge a raíz de la discusión generada acerca de la reforma monetaria que se planteaba para entonces en Inglaterra, lo cual, más bien, se interpretaba como la necesidad de abordar el elemento temporal de la acción política en la incertidumbre, articulando el complejo entrelazamiento de las acciones presentes y los múltiples horizontes futuros.
Cuando Keynes hacia fuertes críticas al “largo plazo”, en lo absoluto no pretendió exagerar la circunstancia predominante sino llamar la atención sobre la urgencia de actuar, enfrentar, cuanto antes a lo que ya era una depresión demoledora.
Para muchos Keynes se había decantado por la defensa del cortoplacismo en la gestión de las crisis desde la política, sin embargo, lo que se puede interpretar es una discrepancia con su defensa del largo plazo en la actividad inversora privada, la cual entendía como algo permanente e indisoluble para obligar al inversor a dirigir su imaginación a las perspectivas de largo plazo.
Una retrospectiva al contexto de la visión de Keynes sobre el largo plazo, permite entender que este auténtico oráculo de la economía sin proponérselo introducía en la ciencia económica la figura del coyunturalísmo, lo cual fue una respuesta contundente al vicio que se había engendrado en el siglo XIX del exceso de promesas aparatosas en la solución de los problemas en el largo plazo, por parte de los gobiernos.
Sin lugar a duda, el largoplacismo de manera inherente arrastra incertidumbre ya que este se torna en un camino lleno de confusiones para la coyuntura, aunque se reconoce que es la vía para alcanzar el desarrollo, pero que se perturba cuando se ejecutan políticas erróneas.
En la actualidad, la preocupación de Keynes por el largo plazo tiene mayor sentido por el hecho de que para el gobierno lo primordial es no asumir medidas importantes en el corto plazo, soluciones, en razón de que eso genera compromiso a futuro, por tanto, se prefiere hacer promesas pomposas para el largo plazo.
En efecto, al gobierno o la autoridad monetaria le resulta más fácil ejecutar cosas de impacto inmediato e insostenible, ante que impulsar soluciones estructurales y apelar a cuestiones como que la economía crecerá mucho mejor en una década, que determinada zona tendrá más empleo directo si desarrolla determinados sectores o que ingresaran nuevos capitales y más visitantes extranjeros llegaran, pero las soluciones inmediatas a los problemas no se vislumbran.
En tiempo presente, si Keynes tuviera de frente al gobierno dominicano es muy probable que le recomendaría que hay bastante malestar en la economía que requieren solución urgente y que frene el deterioro de los espacios fiscales, el perfil de la deuda pública y que priorice el gasto de capital.
En adición, keynes recomendaría que las cifras oficiales deben de estar forradas de credibilidad con ausencia de manipulación.
Y es que en la actualidad se sabe que el largo plazo se construye en economía si y solo si debidamente acomoda la política macroeconómica coyuntural con una visión estructural responsable.
En lo que concierne a la economía dominicana son múltiples las señales de alerta acerca de cómo la administración actúa de espalda a los problemas de corto plazo, mirando de lado ante el deterioro de la tasa de crecimiento del PIB, una inflación acumulada que destruye el poder adquisitivo y un sobreendeudamiento espantoso, sin precedentes histórico.
¡Tristemente, al ritmo que van las cosas, en el corto plazo, podríamos terminar similar!