Cuando el COVID-19 contrajo la economía mundial, la RD respondió y en breve plazo el crecimiento regresó.
Apoyando los ingresos de las personas, facilitando el crédito a las empresas y recibiendo la confianza generosa de la comunidad internacional, las autoridades económicas supieron campear un temporal del cual todavía muchos no han salido.
La respuesta de los sectores productivos fue clave. Nadie pasó hambre por falta de alimentos producidos localmente. Y en una economía mundial en caída libre, las exportaciones de bienes apenas disminuyeron, con los dispositivos médicos, el oro, los electrónicos, los cigarros, el azúcar y el cacao creciendo holgadamente.
El exitoso programa de vacunación selló la recuperación, permitiendo el relanzamiento del turismo.
La resiliencia económica, entonces demostrada, nos prepara ahora para los nuevos desafíos que confronta nuestra seguridad económica, provocados por la guerra en Ucrania.
Nuestra soberanía alimentaria se complementa ahora liberalizando las importaciones de 69 productos de la canasta básica.
Poder comer a precios asequibles es el objetivo. Para ello el presidente Abinader propuso eliminar los aranceles temporalmente. La Cámara de Diputados lo aprobó, incluyéndole un mecanismo de consulta con los productores, con miras a fortalecer la soberanía alimentaria que tanto ha costado construir.
Poder pagar por la energía requerida para producir, transportarse y vivir es cada vez más difícil con el petróleo por encima de los US$100. Aún así, las estadísticas demuestran que el consumo de energía en la RD aumenta más rápidamente que el crecimiento de la economía.
La emergencia climática que vivimos requiere invertir la tendencia. Son muchos ya los países que han logrado desvincular el crecimiento económico del aumento en los insumos energéticos. Desmontar gradualmente los subsidios a los combustibles acelerará el cambio en el comportamiento de empresas y personas.
Incrementar el aporte del gas natural y de los renovables a la matriz energética reducirá también el impacto de la inflación importada. Es un camino que ya llevamos años recorriendo en el cual afortunadamente vamos acelerando el paso.
La seguridad económica requiere además aprovechar el realineamiento de las cadenas de suministro acelerado por la crisis.
Posicionada geográficamente en el centro de las Américas y vinculados a los EE. UU. y la UE en virtud de acuerdos de libre comercio, la RD captura nuevas inversiones productivas en sectores estratégicos como los ya mencionados. Debe también expandir sus capacidades en programación y en biofarmacéutica.
Esto sin embargo no será suficiente, pues la principal amenaza a la seguridad económica dominicana es un proceso para el cual no está preparada: la 4ta revolución industrial, que elimina empleos productivos robotizando la industria y automatizando los servicios.
Urge contar con un sistema educativo basado en el aprendizaje continuo, en el “aprender haciendo” y en la incorporación de habilidades de programación como parte del currículo ordinario. Esto ya se hace en el Salesiano de Jarabacoa. ¿Cuándo se hará también en el resto del sistema educativo?
Confrontar desafíos similares conllevó en Japón la creación de un Ministerio para la Seguridad Económica. Pero el desempeño dominicano demuestra que no necesita nuevos ministerios. Basta con saber lo que hay que hacer. Y hacerlo.