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Empatizar

Cuánto usamos últimamente esta palabra. Ponerte en los zapatos de los demás, escuchar, entender, respetar… ¡Qué bonito suena! ¡Qué necesario es!… Pero pocas veces realmente lo hacemos.

Está claro que todos tendemos a opinar y actuar en consonancia con nuestra forma de ver el mundo. Cuando nos relacionamos siempre es bajo nuestro baremo y, aún cuando hablamos de respeto y compresión, es viable si se da bajo nuestros propios términos.

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Al final, consciente o no tenemos el objetivo de que sea el otro el que cambie de opinión y pase a nuestro lado.

Desprenderse totalmente de eso es muy difícil, más aun en este mundo en el cual el egocentrismo parece una asignatura obligada.

¿A dónde quiero llegar? A que hagan el esfuerzo por realmente empatizar con alguien saliendo de su caja y metiéndose en la de él.

Yo lo hice. Con algo que rechazaba profundamente, pero que veía rodeaba a mi hijo sin yo poder controlarlo. Solté prejuicios, dejé la mente abierta, escuché, me escandalicé, enfadé, encontré mil razones por las cuales eso estaba mal, pero al final pude llegar a la postura del grupo que lo apoya.

Y no voy a estar de acuerdo, nunca, pero ahora soy capaz de hablarle a mi hijo con el conocimiento adecuado de darle la opción de elegir, de entender las dos posturas y, sobre todo, que maneje las herramientas para ser capaz de decir que no si llega el momento.

Y ese ejercicio de empatizar con algo que a mi generación crea rubor, me hizo retroceder a la época en que mi madre me prohibía cosas sin explicarme por qué. Eso estaba mal y punto. Haber empatizado no significa aceptar, pero sí entender, respetar y ser capaz de manejarlo sin ofender, rechazar y juzgar. ¿Difícil? Sí. ¿Imposible? No.

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