Aquel grupo de jóvenes estudiantes reía burlonamente del viejo que pasaba a su lado. Fíjate que camina con dificultad, Ya no le cabe una cana más, Está sordo como una tapia, Se duerme viendo la televisión
El viejo se acostumbró a escuchar los punzantes comentarios, que en verdad le molestaban bastante, hasta un día que se le iluminó el cerebro y, deteniéndose bruscamente y mirando de frente a cada un de los muchachos, les dijo:
-¿Saben una cosa? Es cierto que he llegado a esta edad y ahora soy un anciano inútil y cansado. Pero puedo asegurarles, sin temor a equivocarme, que ya he alcanzado la avanzada edad que tengo. Ninguno de ustedes, en cambio, está seguro de que lo logrará.
Todos bajaron la cabeza en silencio ante esa verdad tan contundente.
Cada cumpleaños que pasa, cada día, cada minuto, se reafirma esa realidad. Y cada cumpleaños, cada día y cada minuto venero y respeto más a las personas mayores que yo, sin que importe su posición económica, su grado cultural, su poderío ni su humildad.