La imposibilidad de avanzar en algunos tapones tiene a veces como causa la búsqueda desesperada de soluciones personales a un mal colectivo. NICOLÁS MONEGRO
SANTO DOMINGO.-La falta de urbanidad está afectando la salud física y mental de muchas personas en el inicio de esta tercera década del siglo XXI dominicano y hasta donde se alcanza a ver, la tendencia desde el Estado se orienta a la administración del caos.
Desgraciadamente, la gerencia del desorden está afincada sobre materiales explosivos, como pueden serlo la ignorancia de las normas, no sólo por sujetos marginales, sino por todos los que necesitan sobrevivir en este ambiente, y lo peor, el Estado, que las pone a un lado de manera olímpica o las aplica con gradualidades prácticas ajenas a la letra o a la intención del legislador. ¿Un ejemplo? La ley de tránsito; ¿otro? El 4 % para la educación, ¿una tercera? Armas de fuego.
Junto a la inclinación al trato áspero y desconsiderado evidenciado todos los días en las vías públicas, afloran salidas autárquicas entre quienes pueden sustraerse del barullo diario en unas poblaciones y urbes cada vez más ruidosas y marcadas por la descortesía.
Una de estas soluciones consiste en mantenerse en los límites de la casa, entre aquellos de cierta edad con este tipo de inmueble, y trabajar desde el hogar, cuando el acceso a las nuevas tecnologías, el internet y la conectividad, lo permiten.
Un tercer movimiento se orienta a la vida fuera de las ciudades, que empieza a ser alimentado por quienes cuentan con las condiciones materiales para intentarlo.
Ante la actitud de la Administración, que por incapacidad o por comodidad prefiere administrar que enfrentar y corregir la tendencia al caos, las inclinaciones hasta ahora individualistas pudieran alcanzar un carácter social a tono con el centenario del primer censo dominicano, limitado, pero interesante, aplicado con un criterio moderno: el de 1920.
Cien años después
De todos los hechos del año 2022 el más importante, onza por onza, libra por libra, lo fue el X Censo Nacional de Población y Vivienda y para demostrarlo basta referir que todavía hoy, más de diez años después, el del año 2010 sigue estando en la base de proyecciones, programaciones y aplicación de políticas públicas.
De manera periódica alguna entidad o institución del Estado hace repicar las campanas para destacar algún récord: en la incautación de drogas, ingresos de las Aduanas, captación de impuestos internos, desempeño económico o ingreso de turistas. Pero nada de esto es duradero.
Ni siquiera el huracán Fiona será recordado más allá de los términos del año 22, ni la muerte de 8 personas o la inundación y ‘ahogo’ de cientos de vehículos de motor el día 4 de noviembre serán motivo de prevención cuando vuelvan los temporales.
La Oficina Nacional de Estadísticas prevé para el primer cuatrimestre de este 2023 los primeros resultados.
Punto de partida
Hace ciento dos años —es del año 1920— fue aplicado por el gobierno de la ocupación estadounidense el primer censo de esta secuencia que deja ver a un observador, no importa si es persona especializada o profana, una realización decenal.
En aquella ocasión fueron registradas 894,665 personas, bastante menos del millón. En el año 2010 el registro fue de 9 millones 445 mil.
La variación de la población de un censo a otros permite establecer la medida (tasa) del crecimiento y desplazamiento de la población, pero también la calidad y condiciones de vida, servicios, educación, recursos tecnológicos, empleos, servicios, salud, cuánta gente nace y cuánta muere, y muchos otros indicadores de interés general.
De los datos del primer censo, el de “los americanos”, como se le denominaba, aflora el registro de más mujeres que hombres. En el de 2010 todavía era así, pero por un margen más estrecho.
“Me voy pal campo”
Y para los fines de estas notas, iniciadas alrededor de una pregunta encriptada —qué hacer con la vida urbana y la incapacidad demostrada para un orden acatado por todos, incluido el Estado— es de interés la distribución de la población entre el campo y la ciudad.
En 1920 la relación era 80-20 del lado campesino, para el censo del año 2022 debe aparecer invertida o muy cerca de serlo, es decir, 20 % rural y 80 % urbana.
Para quedarse en casa hoy día los individuos deben ser dependientes, retirados o empleados en una de las profesiones modernas que permiten el trabajo remoto.
El afincamiento de esta tendencia y las condiciones materiales permitirá a estos emprendedores darle vigor a la corriente de la vuelta al campo, en unos casos por razones autárquicas, en otros por cierto nivel de salubridad física y mental.
Si toma cuerpo este retorno será un movimiento inverso al de las décadas siguientes al censo de los americanos, compuesto de campesinos en busca de servicios, trabajo y esperanza de progreso.
Ahora sería de clases medias educadas, desvitalizadas y en condiciones materiales de suplirse energía por sí mismas, agua mediante pozos y bombas sumergibles, sistemas de potabilización y conexión con el mundo a través del ciberespacio; sin duda, es este último uno de esos recursos modernos para el ser y la vida medieval de estos tiempos.
Esta movilidad no podrá ser medida en los resultados del Décimo Censo, aplicado en noviembre pasado, porque al no ser todavía una realidad para la cual las condiciones hallan formado coyuntura —incapacidad del Estado, anomia social, tecnologías al alcance y conciencia sobre las condiciones mínimas para una vida sana— puede llegar a ser una corriente inadvertida, pero que, como todas las grandes transformaciones, existen como necesidad interior antes de volverse tendencias sociales.
Oposición y temores
— La campaña
La puesta en práctica del X Censo de Población y Vivienda estuvo precedida de una cierta paranoia alentada por corrientes de opinión acerca de supuestos fines ulteriores escondidos en la forma de hacer las preguntas.