Ella nunca se lo imaginó. Pensó con absoluta convicción que había sido un sueño.
Y la verdad muy alejada estaba de lo que imaginó ella o de eso que tomó como parte de un sueño.
Durante varios días, con apenas un pelo de lucidez, se internó en el laberinto de su conciencia. Trató de reconstruir los hechos; y recuerda que esa noche preguntó: ¿Eres tú, mi amor?
Hubo silencio, pero ninguna resistencia a la aventura de los besos por todo su cuerpo; y, sobre todo, el inequívoco recorrido de las manos con un derroche de caricias.
Ayudó la inalterable costumbre de ella.
No usaba pijama.
Dormía como una criatura mansa del paraíso. El cuerpo desnudo, en completa libertad. Y así resultó más fácil.
No se dio cuenta que hacía el amor de una forma distinta. Y muy distintas a las manos de su esposo resultaban, despacio y con ternura, las caricias.
Abrió su cuerpo, lo entregó todo.
Era feliz dejándose amar en silencio. ¿De verdad era un sueño? Apenas podía mantener los ojos abiertos; y la duda se apoderó de ella cuando —«¡Ay!», «¡ay!»,«¡ay!»—, dejó escapar un eslabón de suspiros. Y luego vio que el hombre, transformado en una sombra difusa, se marchó silenciosamente de la habitación. Más bien el hombre desapareció como si atravesara un portal hacia otro tiempo.
Despertó de golpe. Todo parecía en orden, la luz del alba le ayudó a confirmarlo, pero revisó minuciosamente la cama, buscó entre los pliegues de las sábanas. No halló nada fuera de lo común. La segunda almohada estaba intacta. ¿Y su esposo? De viaje, recordó. Sí, cuando se marchó, le dijo que regresaría en dos semanas.
Esa mañana, durante el baño demorado, no le dio importancia a los ardores de su sexo y, totalmente convencida, tomó todo el derroche de amor y entrega como un sueño.
El esposo regresó. No hubo otro sueño igual nunca, pero el vientre de la mujer empezó a crecer.
El médico lo confirmó.
—Está embarazada, señora.
Hizo los cálculos. Entre uno y otro viaje ella y él mantuvieron una calma conyugal increíble, apacible. Apenas hubo dos o tres besos, propios de la costumbre. Y la cama durante varios meses solo sirvió para dormir y escuchar los ronquidos de su esposo.
En sus recuerdos solo está el hombre del sueño. Y sus cálculos coincidían, punto por punto, con la extraña visita de esa noche.